Como toda cosa política tiene una
dimensión histórica. Sin ánimo de colocarme en el interior de una disciplina
ajena, puede darnos una cierta pista recorrer los momentos de la historia en
los que esta situación de superposición de poder entre sindicatos y política
tuvo expresiones importantes. Tanto en el 46, como en los momentos de la llamada
resistencia peronista, los radicalizados años 70 y el neoliberalismo de los
noventa, esta disputa entre poder sindical y poder político se nos volvió
evidente. En todos estos casos, aún en el reconocimiento de los matices, la
resolución no pude ser de otro modo que política. Más allá de la capacidad
relativa de impugnación que el campo sindical pudo tener en cada momento de la
historia, las tensiones se resolvieron en el único terreno que puede hacerse,
en el de la política.
Una de las tendencias más
importantes que deja el kirchnerismo como marca cultural es el haberle impreso
a la caracterización política, y me refiero a lo analítico y también a lo
práctico, una unicidad agonal. La confrontación ínsita en toda construcción
populista ha encontrado en mucha gente un espacio de comodidad y se ha
instalado como la verdad número veintiuno de los textos sagrados peronistas. La
política es su conflicto, parecen decir, y a partir de allí, donde se
identifica el uno, emerge lo otro. Aún cuando aparezca hoy como un sedimento de
la enunciación política, esto no es enteramente cierto ya que excluye del
análisis de lo político como experiencia, a factores tan instituyentes como el
diálogo, el acuerdo, la colaboración y, sobre todo la pedagogía y la
creatividad.
Y aquí hay otro punto. Pensando
lo sindical como el único campo de discusión política se corre el severo riesgo
de empequeñecer la dimensión política. Lo sindical, remite, casi
definicionalmente, a la expresión de un interés particularísimo y, por rutina,
se despliega sobre posiciones, para decirlo de algún modo, “cerradas”. Estos
elementos resultan casi opuestos a los que componen una experiencia de política
democrática, en donde priman la deliberación, el pluralismo y la apertura. Casi
podría decirse que los espacios sindical y político están hechos de materiales
distintos y sus productos son también distintos. Mientras la política, por lo
general, y casi por su propia rutina, hace visible lo social y genera, aún
resultando fallida, una amplificación del discurso, lo sindical tiende a bajar
esta amplificación y concentrarse en una cerrazón interesada y específica. Distinguir
en el campo sindical el lugar de la tensión política, por tanto, puede
inadvertidamente empequeñecer la vida política y de la democracia. Por un lado
confundiendo conflicto con política y por el otro, otorgando a una práctica
naturalmente cerrada sobre sí misma una dotación instituyente que difícilmente
proponga.
No creo que quienes identifican de este modo la relación entre sindicatos y
política lo hagan por falta de agudeza intelectual, todo lo contrario. Tal vez,
una de las interpretaciones pueda estar ligada a la dificultad para desmontar
la patética escena política argentina y sacudirse de la resignación. Muy
probablemente, a falta de la presencia vital de una conversación democrática, sobreviene
la resignación y se termina percibiendo política allí donde sólo hay conflicto.
Esto es mucho más un problema que
un error. Muy probablemente, no sea otra cosa que esas cegueras temporales que
aparecen en el camino, en las rutas, cuando el sol nos pega de frente. Tal vez
la refulgente potencia del populismo, mezclada con la ausencia lacerante de
creatividad en la oposición política, nos esté privando de la posibilidad de
pensar la política como un espacio más de la creación autónoma de la
interpretación.