miércoles, 8 de diciembre de 2010

Stalker

La última nota publicada en Quilt convocó tres comentarios muy llamativos. Uno del Presidente del INADI, otro del equipo de comunicación de Carta Abierta y otra de 678. No puedo precisar la veracidad de las identidades pero la cosa no cambia mucho (en todo caso se le agregaría una cuota patológica) aunque me parece que, al menos las dos primeras, son respuestas de quienes dicen responder. Después de todo, soy hombre de antropologías positivas y no tengo por qué dudar.

Las respuestas, si hubieran estado destinadas a relacionarse con el planteo de la nota llegaron indiscutiblemente tarde, pero no creo que ese sea el objetivo final, más allá del expedientismo ocasional. Las respuestas eran a Quilt, al espacio que permite escribir lo que se escribió. Y no es que quiera darme una importancia que claramente no tengo, sino que es justamente por eso que llama la atención. Tres espacios de Gobierno, que están muy ocupados resolviendo problemas, se ven en la obligación, se toman el trabajo de “contestar” a un espacio de reflexión como Quilt, que a duras penas llega a cien visitas diarias. Esto demuestra una actitud atenta, incluso en demasía, para con quienes discuten posiciones del gobierno desde donde se puede. Podría decirse, aún cuando sería apegarse excesivamente al dialecto Kirchnerista, que la blogósfera tiene quién la controle.

Este control al que me refiero no tiene que ver con la lectura, actitud que agradezco y espero se extienda, sino con el modo y el sentido de los comentarios, o en realidad la falta de modo y de sentido. En los tres comentarios, lo único que se hace es exponer la posición “oficial” sin emitir palabra. En el caso del “Señor Morgado” (las comillas está allí a afectos de que no sea Morgado sino un alter ego) es del día 1 de diciembre –López fue asesinado el 23 de noviembre- y transcribe literalmente un comunicado oficial del INADI. Carta Abierta por su parte, también el 1 de diciembre –López fue asesinado el 23 de noviembre- pega como forma de respuesta un comunicado interno. Lo siento así porque comienza con un “compañeras y compañeros” que no siento dedicado ni podría hacer mío. A continuación, cita a un evento reparador con la presencia de importantes figuras del espacio progresista Kirchnerista como Verbitsky (página12), el propio Morgado(INADI), Carlotto (abuelas) y Perez Esquivel (premio Nobel). El último de los comentarios, firmado por un menos probable 678, sólo coloca un link que conduce a la emisión del día 2 de diciembre –López fue asesinado el 23 de noviembre- y que en insoportables cuatro minutos muestra a Sandra Russo (página12) como narradora de una épica gesta en la que se reunieron “militantes que están defendiendo este proyecto” para discutir el tema Formosa y pidiendo “información” ya que las cosas no le aparecían tan claras. En el mismo video, Roberto Caballero (director de Tiempo Argentino) asestó con firmeza, gesto y voz de periodista comprometido que “pareciera” que algunos gobernadores “no entienden” cuál es el proceso que se inició en la Argentina.

No puede dejar de llamarme la atención la falta de argumentación en las respuestas hacia la nota. Y no puedo pensar que es por falta de interés, porque de ser así ni se enterarían de la existencia de Quilt. En realidad no responden, indican. Indican que están allí, pero no se involucran lo suficiente como para reconocer al otro. No dialogan, no argumentan, no discuten, pero muestran que están allí, atentos a lo que pasa.

La otra opción es que no tengan nada para decir, que posan de progresistas cuando las cosas van bien y en cuanto algo se cae, se quedan sin palabras y les queda el gesto, la manipulación infantil de decir miren que acá estamos, somos nosotros, los que podemos justificarlo todo en nombre de lo nacional y popular.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El otro Lopez

El kirchnerismo señala siempre al enemigo. Para hacerlo ha logrado, con el tiempo, diseñar una suerte de división del trabajo que comprende a filósofos importantes, actrices con súbitas preocupaciones sociales, escribas y periodistas bastante torpes y vocingleros en forma de legisladores.

A pesar de su habitual verborragia, los últimos días todo este esquema de comunicación tan funcionalmente aceitado ha trabajado, pero en sentido inverso. En la Provincia de Formosa las fuerzas policiales mataron, en un despiadado desalojo, a un ciudadano argentino. Lo mató el Estado, el poder político de la provincia, gobernada por el kirchnerista Gildo Insfrán. Es un hecho grave, muy complejo y que habilita a la prudencia. Lo que no deja de sorprender es la distancia entre las interpretaciones ante la muerte. Hace unas semanas mataron a Mariano Ferreyra en las vías del Roca. El gobierno, aún cuando los matadores son sus claros aliados, se montó sobre ese episodio para legitimarse por izquierda una vez más. Algunos, los más perversos obsecuentes llegaron a murmurar que la preocupación por este caso no habría sido ajena al deceso de Néstor Kirchner. Rápida investigación, detenciones, palabras de repudio, caracterizaron el acceso del gobierno y del Estado ante el caso Ferreyra.

¿Qué pasó en Formosa, entonces? Allí no fue un particular sino la fuerza pública la que disparó y por eso la responsabilidad es mayor. El ciudadano muerto, de origen Toba, no parece tener el mismo marketing que el universitario Ferreyra y tal vez por eso, no merece la misma atención. La distancia, en sentido geográfico pero principalmente simbólico, entre Buenos Aires y Formosa se transforma en un abismo donde se pierden las voces siempre preparadas para el bullicio “progre” que provienen del Gobierno y sus adherentes.

La presidente, que usa y abusa de la cadena nacional, no dijo nada. Los medios “alternativos” que generó el kirchnerismo en su lucha emancipatoria frente a Herrera de Noble hablan eufemísticamente de muertos “en disputas de tierra” y en una actitud descarada destacan que la justicia decidió eximir de prisión al dirigente aborigen que se puso al frente del reclamo por la muerte. Otro medio oficialista atribuyó, de manera lateral, la responsabilidad al ganadero que pidió la restitución de sus tierras, obviando cualquier responsabilidad política del Gobernador.

Carta abierta, el espacio reflexivo del Gobierno, siempre tan dispuesto a intervenir en cuestiones públicas, a varios días del episodio (es cierto que el pensamiento complejo a menudo requiere de temporalidades diferentes) no ha escrito ni una línea. En un sentido un tanto menor, las discusiones en redes sociales y en blogs –siempre cargadas de chicaneos y punzantes cambios de opiniones- resultaron prácticamente inexistentes debido al silencio de los siempre temerarios “filokirchneristas”.

El sentido burdo de este silencio, en realidad, prepara una reflexión sobre el pasado y sobre la relación de la vida argentina con la muerte. En nuestro país hay muertos y muertos y hay matadores y matadores.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Verguenza y expiación del progresismo

En su muy buena columna de los domingos en el suplemento cultural del diario Perfil, Damián Tabarovsky escribió una nota a la que tituló “Política subterránea”. Escribe, con cierto velo humorístico, una simulada fascinación por la figura del jefe de gabinete del Gobierno porteño Rodriguez Larreta y por las políticas del PRO. Luego, en un giro sólo probable por medio de la literatura, relaciona al inefable Larreta con la figura de Jurgen Habermas. Tras un diálogo ficcional entre posiciones hipotéticamente progresistas y las posiciones del PRO, el “personaje” Tabarovsky refuerza su vocación de votar a PRO pese a supuestas evidencias en contrario. La nota termina del siguiente modo, “... Por entonces el progresismo, siempre tras Habermas, imaginaba a la opinión pública como un espacio crítico, que mediara entre el Estado y el mercado. Pero ya hace mucho que el progresismo se llamó a silencio sobre este asunto (y sobre los demás, también). Quizás desde que percibió que la utopía de la comunicación pública democrática lleva un nombre: Tinelli. Pero por suerte, ahora están los Rodríguez Larreta y las Michetti para reparar esa situación, y devolverle a la palabra pública su dimensión crítica. Macrismo: etapa superior del progresismo.”

Más allá de su ración cínica, algo de lo escrito me encuentra en un lugar en el que no puedo acompañar los argumentos, pero en el que no me resulta trabajoso comprenderlos. No comparto ni el cinismo político del autor ni que Larreta o Michetti estén en condiciones de reparar nada. Menos aún, supongo que el Macrismo sea la etapa superior del progresismo. Pero, la verdad, es que tampoco me parece tan descabellado. ¿Cuáles pueden ser las razones para que alguien por el que uno siente respeto intelectual analice las cosas de este modo? Está claro que las experiencias llamadas progresistas se encargaron de convertirse en el ejemplo ideal del conservadurismo y que la mayoría de las veces coronan con rotundos fracasos sus grandilocuentes y siempre políticamente correctas caracterizaciones. Está claro también que la presencia de PRO en la Ciudad de Buenos Aires es el resultado de diez años de un gobierno “progre” que, con bonhomía, puede calificarse de decepcionante.

Pero no es eso lo que me parece interesante del planteo de Tabarovsky. Lo que hace aparecer el artículo es la percepción propia, biográfica y política sobre el progresismo y sus continuidades. El recuerdo es lo suficientemente nítido, corría el año 1999 y nos encontrábamos para discutir textos de Dalema, de Gonzalez, del Olivo y de los partidos socialdemócratas europeos. Pensábamos que un día tendríamos la responsabilidad de gobernar y queríamos hacerlo parecido a eso que leíamos. Veíamos en estas ideas un interesante mezcla de nuestra ambición igualitaria y nuestra cultura democrática, un poco informe todavía, es cierto, pero vigorosamente democrática.

No logro darme cuenta dónde anidaba el componente que terminó haciendo que quienes trabajábamos juntos ahora lo hagamos separado. Se alojaba en muchos, evidentemente, un temperamento que no alcancé a percibir en su momento pero que fue lo suficientemente potente como para generar de una experiencia menor como el Kirchnerismo, un hito emancipador y fundamental. El pasaje de Habermas al actual Laclau, el recuerdo de las discusiones entre Massimo D´alema y Felipe Gonzalez y su correlato en recuperaciones Jauretchianas explican en parte que Tabarovsky pueda ver en el macrismo la continuación del progresismo. La historia, espera del relámpago del paso de Dios, nos enseñó algunas cosas y la Alianza nos llenó de vergüenza. A unos porque pretendimos ignorar que no puede haber esfuerzo reformista con liderazgos conservadores, a otros porque vieron progresismo donde no lo había y porque llegaron demasiado rápido. Pero esa experiencia fracasó más por su inexistencia que por su presencia, se terminó dejando muertos porque nunca estuvo realmente viva.

La vergüenza y el silencio son compañeros entrañables, se usan uno al otro para que el tiempo pase y limpie los dolores. No estoy seguro que los caminos que tomamos para superar esa vergüenza hayan sido los correctos. Me parece que pecamos por exageración y por distinción. No necesitamos, generacionalmente, pagar hasta la eternidad el hecho desentronizar falsos dioses y tampoco necesitamos generar mitos donde no corresponde. Sólo deberíamos hacer el esfuerzo por volver a hablar. Hubo un día, no sé cuál, en el que decidimos que no teníamos que hablar más de progresismo. El mismo día decidimos no hablarnos más de la combinación virtuosa entre lo mejor del liberalismo y lo mejor del socialismo democrático como habíamos aprendido del viejo y sabio Bobbio. Nos refugiamos en un discurso ajeno, aterradoramente extraño que nos separó hasta lo imposible. Lo imposible es no poder hablar. Lo imposible es no poder encontrar las palabras que nos ayuden a actuar de manera reformista. La peor manifestación de esta imposibilidad es pensar que debemos expiar al infinito una culpa. Otro modo de condena es el de pensar que no hay diferencias entre débiles y poderosos. A lo que considero, con modestia, un error de Tabarovsky, le va muy bien aquella frase de Camus, "Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa quisiera no ser nunca infiel ni a los segundos ni a la primera."

domingo, 7 de noviembre de 2010

El mito inútil

Sísifo, tan astuto como trabajador, eludió a la muerte poniéndole cadenas a Tánatos y ganando con eso también una breve eternidad colectiva. Nadie podía morir sin ser llevado por la muerte engrillada. Vino Ares y todo volvió a la normalidad. Las furias, que han encontrado variadas explicaciones acerca de su existencia, terminaron por ser sólo tres, bastante menos que las plagas de Egipto. Tisifone, Alecto y Megera castigaban a los díscolos con látigos coronados por anillos de bronce. Más cerca, Borges fundó Buenos Aires en una manzana de Palermo y le proveyó, en ese mismo momento, su insuperable dialecto.

El mito es, por definición, un relato falso. Contiene el artificio elemental de sustraernos de la realidad y nos provee de una historia mejor que nosotros mismos. El mito, en cierta medida, es un refugio frente a lo que no podemos hacer y actúa bajo la forma de una utopía, un lugar donde guarecerse de lo que no entendemos.

Frente a lo que aparece como una necesidad colectiva de generar un mito en la figura de Néstor Kirchner, la pregunta que creo es interesante sugiere pensar, ¿Para qué necesitamos un mito?

Muchas de las escenificaciones del velorio del ex presidente resultaron estéticamente diseñadas para colaborar en la construcción del mito. El cajón cerrado es una muestra, la ausencia de la figura de la muerte genera una estela de posible vitalidad simbólica. Por otro lado, la elección del sitio de las exequias. No hacerlo en el Congreso y llevar a Kirchner al salón de “los patriotas latinoamericanos” supone una puesta en disputa de la figura mítica y una elevación ya no respecto del resto de los mortales sino del resto de los muertos ilustres. La ausencia de “otros” en el velatorio puede percibirse también como un rasgo de exclusividad mítica, nadie que no fuera aprobado por el fallecido tenía derecho a estar allí. La participación de Javier Grosman aprueba la tesis que funde un innegable pesar popular con una perfomance mortuoria diseñada al detalle. Cómo si faltara algo, llovía.

La viudez peronista, inquietante, provocó paginas en los diarios que bien podían no haber sido escrito nunca y estimulo a las más variadas especulaciones a los aprendices del análisis político. Más allá de esto el mensaje de la Presidente reforzó la tentativa mítica desde la narración del dolor, de la recuperación de la figura de Néstor Kirchner (y su supuesto legado) y dejó clara la intención de seguir caminando por las mismas veredas que marcara el ex presidente. Buena parte de la oposición, marcada por la sorpresa, colaboró reforzando la idea del “militante” al hablar de una persona que, después de todo, desde 1983 no fue otra cosa que funcionario público y, antes que eso, resultó un astuto y severo comerciante inmobiliario. Los discursos cercanos al poder, por su parte, sumaron rasgos emotivos, y utilizaron metáforas y poemas para remarcar su lealtad – por algo es un valor supremo en la cosmogonía peronista – a la figura del muerto. La propia presidenta, unos días después sugirió ver, alegóricamente por cierto, a su marido caminando entre los presente en un acto político en la provincia de Córdoba. El Jefe de gabinete la confirmó como jefa del movimiento y el Futbol para todos será sobre todo y en realidad de Néstor Kirchner. Una suerte de danza bastante macabra construye una escena que remeda “El baile de los muertos” de Edward Munch. En el cuadro, figuras fantasmáticas bailan sin bailar una música que podemos imaginar lúgubre y monótona buscando, más que la celebración, un acompañamiento para su congoja.

En una interesante reunión en la me tocó participar en la semana junto a dirigentes y jóvenes profesionales de la oposición empezó a mostrarse la eficacia de la construcción del mito. Más allá de evaluaciones y caracterizaciones, si algo quedaba claro era que la única manera de enfrentar al mito – más bien a la acrítica asunción de su existencia – era con un mito de similar peso pero de distinto tono. La discusión, cuando llegó más lejos, intentó recrear en el pasado la ilusión perdida de viejos héroes y de antiguas glorias. Según creo, la necesidad del mito refuerza esa vieja idea del liderazgo fuerte y ambas dimensiones en conjunto forman un hostil artefacto tramposo para nuestra vida democrática. Si necesitamos de un mito es porque no contamos con una forma institucional capaz de procesar conflictos en clave pluralista. Esta necesidad, y su tranquila aceptación nos devuelve una imagen de la democracia demasiado pequeña para tener ya 27 años de vida. La idea del mito y su concurrencia con la idea del liderazgo fuerte hace suponer que existe entre nosotros la urgencia de que alguien realice la síntesis perfecta que da como resultado nuestra identidad política. Al no poder hacer convivir nuestras modestas minorías y administrar los problemas que esa administración comporta, generamos la presencia de un mito poderoso capaz de resumirnos y uniformarmos.

Casi nada está más lejos de la democracia que me gustaría ayudar a construir que la presencia de un liderazgo mítico de esas características. Los peligros inadvertidos en esa construcción, salga bien o salga mal, pueden terminar por desmontar los breves avances que se han hecho en materia institucional. El exceso de confianza que implica creerse la posibilidad de encarnar a las bondades del pueblo es falaz y amenazador y va decididamente en contra de la ampliación de las formas democráticas. Una vez más, el ejercicio totalizador que vive detrás de la construcción del mito nos propone como mágica solución pensar que la identidad política argentina es el populismo, aportando a la frágil pero extendida idea según la cuál Argentina sólo puede ser gobernada por el peronismo.

Para confrontar esta idea mitológica del liderazgo hay que situarse en el futuro. Es tan irritantemente conservadora la idea de la necesidad del líder que sólo puede oponérsele una mirada de signo contrario que permita asimilar la idea de democracia con la de esperanza. Si pudiéramos dotar de la misma vigorosidad a la idea de futuro estaríamos cambiando el sentido de la discusión y podríamos empezar a dejar atrás al conservadurismo. Suplantar el mito por la idea de la anunciación nos daría permiso para instituir la alegoría del nacimiento de una nueva manera de vivir y de convivir.

No logro pensar una cosa que resulte más intolerable para el estado actual de cosas de la política argentina que imaginar una posibilidad de liderazgos concertados, pluralistas y hospitalarios que permitan relatar la democracia desde una metáfora alejada de lo sacrificial. El abandono de la literalidad mortuoria y el paso a una pintura esperanzada, cargada de concepción y nacimiento como propone la idea de la anunciación puede llegar a ser el rasgo disruptivo más importante de los últimos tiempos. El futuro de la democracia argentina podrá situarse, entonces y bajo esa forma narrativa, entre la memoria y la profecía.

sábado, 30 de octubre de 2010

El porvenir es largo

El dolor y la muerte son experiencias íntimas. No hay derecho, y además es cosa imposible, entrometerse en el dolor ajeno. La muerte de Néstor Kirchner, más bien sus aspectos públicos, dejan rastros que confirman itinerarios y abren dudas. Se sobreactúo mucho estos días, se encontraron en la figura de Kirchner valores impensados y se olvidaron ofensas infinitas. Encontrar ese punto en donde el respeto no invalida nuestra mirada no es cosa fácil. Algunos lloraron con lágrimas ciertas y otros con lágrimas prestadas, que quedaban mal en rostros poco humanos de tanta frívola intervención. Palabras y palabras llenaron el horror al vacío que deja la muerte y que ahora, por suerte para algunos, puede llenarse gracias a una intolerable vigilia televisiva minuto a minuto.

Detrás de la muerte de Néstor Kirchner queda un ejercicio furioso de la confrontación y una cantidad de efectivas muecas destinadas a ganarse un sitio en el fácil espacio de la izquierda nacional. Delante de la muerte de Néstor Kirchner está la política argentina de los próximos años. Esta política puede parecerse mucho o poco a la anterior, no me alcanzan las dotes de prestidigitación política para semejante aventura conceptual. Pero sin duda será distinto, porque Néstor Kirchner -más allá de las posibles valoraciones y de que tal vez hable más del resto que de él mismo- era la personalidad política más importante del país en los últimos diez años.

Una buena parte de nuestro futuro lo tiene entre manos ese viejo terco que es el peronismo. Una vez más, una parte sustantiva de la sociedad argentina depende de las decisiones de una forma política que a lo largo de las décadas, estatizó, privatizó y volvió a estatizar empresas, pretendió absolver, indultó y juzgó a militares, inventó un Estado, lo desarticuló totalmente y luego volvió a endiosarlo. Todo lo hizo el mismo partido, el mismo movimiento político que ahora tiene que decidirse entre el juego rejuvenecedor de la épica pseudoizquierdista o la repejotización de alguna especie.

No tengo idea qué hará Moyano, La Cámpora o el peronismo disidente. No me parece posible, a menos no sin perder seriedad, vaticinar lo que ocurrirá con Scioli, Duhalde u otro actor relevante del gobierno, sus aliados y sus oponentes de dentro del peronismo. Hasta donde se puede advertir sin llegar a la tontera, el poder del PJ estaba lentamente siendo disputado por actores políticos y sindicales aún con Kirchner vivo, y nada hace presumir que tras su muerte se habilite un brote de generosidad y altruismo en quienes, entre otras cosas, se enriquecen y matan a causa de ese poder. Por otro lado está la Presidenta, con su dolor genuino a cuestas, y un gobierno sin Ministro de Economía, con un Canciller que da más vergüenza que confianza, un Jefe de Gabinete que se pelea bárbaro en las radios pero es incapaz de enhebrar dos ideas juntas y un Ministro de Planificación que sólo garantiza el negocio de los amigos. ¿Cómo termina esto? no hay modo de saberlo, sólo resta esperar.

Pero mientras esperamos, podemos ir trabajando un poco. Hace bastante tiempo que entiendo que el problema de la política democrática argentina es el peronismo y hace sólo un poco menos que sé que quiero ser parte del gobierno que haga estallar la identidad peronista desde un lugar de legitimidad popular y ciudadana. El más amplio y vigoroso aporte a la democracia del futuro que puedo imaginar es un gobierno no peronista que logre, gracias al favor popular -no necesito aquí fervores de ningún tipo-, gobernar dos períodos seguidos. La democracia argentina, si se decide en su mayoría de edad, no necesita de la primerísima persona que se cifra en la apelación al peronismo así como la brasileña no necesita al Varguismo y el Perú al Hayadelatorrismo. Lo mejor de la tradición popular que canalizó históricamente el peronismo puede perfectamente convivir con otras tradiciones y fundirse en un colectivo diferente sin sufrir ninguna lesión importante o impopular.

Pero para no hablar más del peronismo hay que preparar las condiciones para el cambio político que significará la redemocratización de la argentina tras la consolidación democrática. La consagración del pluralismo, la búsqueda de coaliciones que en lugar de buscar quién nos sintetice como nación exprese lo que nos diferencia como personas y como grupos habilitará las condiciones para ejercer la democracia desde un Estado novedoso y que hable con otras palabras. Un Estado que se acerque a los problemas desde el lugar de los más débiles y resuelva los conflictos sin aniquilar, ni simbólica ni materialmente, a sus componentes. En la construcción de ese Estado y de la sociedad que se relacione con él pueden colaborar las ideas. Las familias teóricas pueden servir, el liberalismo, el republicanismo y el comunitarismo pueden ayudarnos a pensar una democracia distinta que produzca una patria distinta. Primero tenemos que deshacernos de la lengua del adversario y luego recrear la vida democracia. Esta experiencia necesita del habla, reclama la conversación y espera a las variadas audiencias.

jueves, 28 de octubre de 2010

El T.E.P. de Noviembre

El próximo 17 de Noviembre, como siempre los terceros miércoles de cada mes (salvo excepciones) realizamos en el Museo Roca la reunión habitual de discusión de textos del Taller de Experimentación Pragmatista. En esta oportunidad, leeremos críticamente "Forjar nuestro País" de Richard Rorty. Un texto importantísimo para pensar nuestro tiempo y nuestro futuro, los esperamos a todos.

sábado, 23 de octubre de 2010

Consecuencias del populismo

Esta semana era mejor pensar que escribir. Había que dejar pasar el tiempo para que lo que en apariencia es inexplicable se presente más nítido y comprensible. Si se deja pasar el tiempo se dibujan más claras las líneas que unen los distintos puntos y que permiten establecer, contextualmente, una interpretación sobre el asesinato de un militante político en una disputa sindical.

Desde ya que hay que ser cuidadosos con lo que se dice y lo que se escribe, en primer lugar porque hay una muerte y luego porque el ejercicio de la violencia como modo de resolución de conflictos no es tema menor. El Gobierno, los primeros que deberían guardar cautela y prudencia, tal y cómo nos tienen acostumbrados, se ahorraron esa parte y nos regalaron un espectáculo lamentable y bochornoso. Sus agentes periodísticos aumentaron, si eso es posible, la vergüenza diaria con mentiras absurdas y operaciones injustificables.

Pero me gustaría detenerme un segundo en una dimensión distinta. El Gobierno nacional propone una mirada sobre la experiencia democrática bajo una forma política que se define a sí misma desde la confrontación y no desde la cooperación. Sus autorizantes externos, prestigiosos y cómodos socialdemócratas que viven en Europa, nos proponen, a nosotros, los parientes pobres, una versión de la democracia subvaluada y tonta. Tanto intelectuales como periodistas y formadores de opinión, pero principalmente el propio matrimonio presidencial -aquí más por conveniencia y empatía psíquica que por razones intelectuales- eligieron y elogian un modo de plantear la política que tiene dentro de sí muchas oportunidades de explotar las peores tensiones humanas.

¿Pueden pensarse algunas de las características del Gobierno, y sus resultados sociales, por fuera de lo que pasó en las vías entre la Unión Ferroviaria y el partido Obrero?

Desde este blog señalé cuáles me parecen las características salientes de la forma cultural Kirchnerista, el populismo confrontativo, la apropiación de la memoria y la captura del ideario de centroizquierda. Todas estas aristas promueven la creación antagónica del adversario político. Desde el silencio oficial tras las palabras de Hebe de Bonafini, la demostración de fuerza (¿será posible alguna vez que la política argentina se permita reemplazar esta metáfora?) de Moyano en River y sus propias declaraciones acerca de la hipótesis de un gobierno no peronista, hasta la negativa a extraditar a Apablaza para que sea juzgado por el poder democrático chileno, se constituyen en verdaderas muestras de la manera de entender la democracia que subyace en el Gobierno. Las ideas pueblan las acciones, las ideas tienen consecuencias y el temperamento confrontativo y sus legitimadores discursivos generaron su propio vástago, que ahora se niegan en reconocer.

Desde donde veo las cosas, los gobiernos producen un tipo de sociedad y a menos que uno se rinda exageradamente al procedimentalismo, los tipos de democracia que los distintos gobiernos conciben o utilizan, más o menos explícitamente, formulan temperamentos sociales y culturales. La sociedad que genera el kirchnerismo es una sociedad quebrada, porque concibe la democracia desde un quiebre provocado y estimulado. Las diferentes formas con que la sociedad trata con ese quiebre necesita una reflexión mayor y puede no ser siempre una muestra de mayor democratización. De hecho, y sobre todo en sectores un tanto acomodados, la reacción frente a este quiebre es el temor y se terminan asumiendo posiciones más conservadoras de las que se tomarían frente a una situación política más amable.

Lo que me parece es, en síntesis, que no se puede insistir con sostener, aumentar y glorificar un poder sindical del que se conocen sus características y luego sorprenderse porque sucedan cosas de este tipo. Me pregunto, en este sentido, ¿qué significará para CFK buscar a los autores intelectuales de este hecho?

viernes, 15 de octubre de 2010

Una interpretación pragmatista del conflicto en Sociales

A quienes nos interesa pensar el conflicto en clave democrática, las semanas de toma en la facultad de Sociales y su modo peculiar de resolución, nos ha dejado un gran aprendizaje. Para quienes pensamos desde un registro filosófico pragmatista y nos dejamos acompañar por la figura de John Dewey como ladero, los episodios de estos días se nos vuelven en cierto modo oscuros, difusos, casi inaprensibles.

Ni desde la ciencia política, ni desde la sociología, ni mucho menos desde la filosofía política es conveniente opacar la capacidad constructiva del conflicto. La actitud pragmatista propone estrechar los lazos entre ese conflicto y la emotividad que le da vida y existencia. Una vez que no le concedemos al conservadurismo desconocer el conflicto y que no queremos admitir un tratamiento nostálgico, se abre una dimensión posible para ligar el conflicto con la emotividad. Los lectores saben que no es sencillo cifrar una suerte de teoría pragmatista del conflicto. Podemos, incluso, estar de acuerdo en que no es necesaria, pero la verdad es que el problema subsiste y se vuelve sobre nosotros reclamando que tomemos parte de la conversación. Intentemos trabajar este punto manteniendo la actitud pragmática. Lo haré recuperando la discusión alrededor de los antagonismos que mantuvo Dewey con Jane Addams una noche en la Hull House, ese magnífica espacio de intervención pública que Addams creó en Chicago junto a Ellen Gates Starr. En esa discusión, en apariencia abstracta, reside toda una posibilidad de reinscribir el conflicto en un registro diferente. Dewey, todavía moderno y hegeliano a la vez, sostenía frente al cristianismo de Addams la condición, sino irreductible, al menos vigorosa de los antagonismos entre formas institucionales. Addams, en cambio, creía que estos antagonismos eran irreales, que mostraban “ simplemente la inyección de actitudes y reacciones personales” demorando la comprensión del significado de la acción y la conducta humana. El impacto de esta conversación en la interpretación filosófica de Dewey fue intenso. Lo llevó, tras una noche de reflexiones impetuosas con él mismo, a entender de los dichos de Addams, una reformulación de la dialéctica según la cual la unidad ya no debería ser percibida como la conciliación de los opuestos, sino que sería de utilidad percibir a los opuestos como la unidad en su crecimiento. Esto tiene derivaciones prácticas ineludiblemente pragmatistas si se entiende que los intereses que son necesarios de guardar, siempre son los intereses mutuos y no los particulares, aún en el planteo de un conflicto, por fuerte que éste fuese. Y esto lleva a una radicalización de la dimensión liberal de la democracia, pero a la vez, en términos filosóficos estrictos, nos permite escapar de la referencia metafórica de la existencia de una “arriba” y un “abajo”, tan frecuentes en el léxico ortodoxo de la política. Una consecuencia aún más radical es la posibilidad de explorar la negación, gracias a esta unidad de los opuestos, de la supremacía discursiva entre reformistas y reformados, es decir, entre los sujetos políticos que son protagonistas de un proceso de reforma. Borges, curiosamente o no, y sin implicación política aparente, sostenía una condición crítica similar frente a la dialéctica, valorando la forma poética. Esta negación de la dialéctica, con las presencias de Dewey y Borges, sirven a mi propósito de pensar al conflicto como una consagración de la pluralidad e imaginarlo reclamar un léxico nuevo, siempre colaborativo, que bien puede ser el de una poética política recursiva, zigzagueante, rica y plena de extravagancias.

Cuando miramos la toma de Sociales desde esta perspectiva nos encontramos cerca de la nada, Un conflicto que escaló sin reparar en los intereses de nadie más que los que lo provocaron y una resolución violenta, irracional y desmedida, que, con todo, fue coronada con un éxito indudable. Los que llevaron adelante un conflicto de estas características lograron todo lo que querían, desde lo mayor hasta lo más absurdamente menor y banal, como la posibilidad de realizar fiestas en un edificio que denuncian por la precariedad y peligrosidad de sus instalaciones. Del otro lado, una lógica de las autoridades realmente inexplicable, que nunca mostró autoridad, que fue políticamente ineficiente y que terminó concediendo todo después de siete semanas de toma, cuando si lo hubiera hecho al segundo día, todo hubiera sido distinto. La única preocupación de las autoridades fue, en todo momento, no ser corridos por izquierda, y lo fueron y encima, a modo de estética venganza, el decano y sus ayudantes en la gestión mostraron la finalización del conflicto en la calle, como una suerte de clase pública de reconquista de la facultad.

De este conflicto, lamentablemente, no surgen actores nuevos, no se generó un marco democrático distinto, no se avanzó en la discusión sobre la calidad académica y todos nos llenamos de desasosiego. La esperanza nunca es vana, vaya pues esta interpretación para empezar a llenar el aire de argumentos.

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Y a quién le importa si sociales desaparece?

De la buena cantidad de preocupaciones que genera la mirada sobre el conflicto que se manifiesta en la toma de la facultad de ciencias sociales de la UBA, uno, sobre otros, me llama la atención y me alarma.

Entrados en la séptima semana de toma, ningún actor de relevancia, ni del ámbito intelectual, ni del periodístico, ni del político (y en los tres hay personas concretas vinculadas con la facultad) ha decidido darle visibilidad al conflicto y problematizar, desde el reconocimiento, que importa en algo una facultad dedicada a lo que sociales se dedica.

De ponernos a pensar en la desaparición de Sociales, llegaríamos a la conclusión de que a pocos, demasiado pocos, les importa ese destino. Pensemos un instante porqué esto es así.

Resulta claro que a los que están llevando adelante la toma lo animan espíritus de cualquier naturaleza menos la del conocimiento. Sea el de la revolución, el de la gastronomía (curiosa y repetida muletilla) o el del espíritu santo, el conocimiento en las ciencias sociales no figura dentro del millón de prioridades de los “tomistas”. Mientras tanto, las autoridades de la facultad tardaron cinco semanas en darse cuenta que algo tenían que hacer y su primer reacción fue escribir (de alguna manera hay que llamarlo) un comunicado en lo que lo único que importaba era, claramente, no ser corrido por izquierda.

En la facultad de sociales hace mucho tiempo que hay cuestiones por discutir – y no me refiero al edificio único- y puede que alguna de ellas estén relacionadas con el escaso poder de convocatoria que, por fuera del “universo sociales”, tiene nuestro actual estado de cosas. Hace mucho tiempo, puede empezar a medirse en décadas, que la facultad ha tomado un peligroso camino. Por un lado se han priorizado lógicas de agregación política por sobre las académicas e intelectuales y por el otro no se ha reflexionado lo suficiente sobre el papel de las disciplinas sociales en el difícil camino de construcción de una sociedad democrática. Sin desmerecer, nunca podría hacerlo, el carácter político de nuestra universidad, nada bueno puede suceder si perdemos de vista que el objeto que nos permite desplegar esa dimensión política responde, en realidad, a otro registro. Este esquema derivó, por sus consecuencias, en la expulsión de muchos de los mejores profesores jóvenes y en el empobrecimiento de la oferta académica, tanto en obligatorias como en optativas. Al no pensar lo que iba a suceder por rendirse tan cómodamente a la lógica de acreditación permanente y a no reflexionar por sí misma acerca del problema planteado por la tensión entre masividad y gratuidad, la facultad se obstina en ser pensada por otros al tiempo que vocifera desde un autonomismo vacío y simplificador. En el mismo sentido, la falta de pensamiento alrededor de los excesos en torno a la profesionalización por un lado y a las lógicas de premiación no meritocráticas por el otro, han terminado por armar un barro de dificultades bajo la forma de cátedras paralelas, optativas fantasmáticas que responden a compensaciones de tono personal, amistoso o político y extrañas asimetrías al interior de las cátedras.

Con todo, esto no es lo peor, lo más doloroso de todo este proceso es la desresponsabilización afectiva que se promueve, de manera directa e indirecta, desde hace mucho tiempo y cuya formulación final es la de una falta de amor al conocimiento, a la lectura y al trabajo intelectual. Llegados hasta aquí, cabe la pregunta, ¿es tan difícil imaginar el porqué de la invisibilidad de nuestros problemas? Cuando en el lugar desde donde hipotéticamente debieran surgir las reflexiones que propongan soluciones ya no para una facultad sino para un país, no se discute lo mínimo, no se le puede pedir al resto que nos preste atención. Cuando los mismo que debieran cuidar la institución, la destruyen, no resulta raro que mañana, pasado o traspasado, la ausencia de la facultad de sociales pase por entero desapercibida.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Nosotros, los contemporáneos de la constelación de centroizquierda

En uno de los diálogos que en el delicioso volumen titulado Los latidos del mundo mantiene con Alain Finkielkraut, el filósofo Peter Sloterdijk anima, con su habitual causticidad, una reflexión acerca de la contemporaneidad que puede ser utilizada entre nosotros para pensar alrededor de la idea de la centroizquierda.

Sloterdijk plantea, sencillamente, que la condición de contemporaneidad se articula cuando se comparte un aprendizaje negativo. Más allá de un acuerdo primario, y para no ceder a la tentación flagelante que la proposición asume, propongo pensar la condición centroizquierdista o más bien su formalización práctica evitando por un lado la candidez y por otro la frivolidad.

No planteo, claramente, una mirada sobre la coyuntura, sobre las obvias y ominosas miserabilidades típicas de los cierres de listas o de un proceso pre electoral. Más bien por el contrario, creo necesario establecer una consideración más amplificada sobre lo realizado o nó desde las experiencias políticas argentinas que se autoincluyen bajo el dominio conceptual del centroizquierdismo en sus variadísimas expresiones semánticas.

Una primera valoración incluye una dimensión regional, resulta claro que al mirar comparativamente el desarrollo de las fuerzas de centroizquierda en nuestro países limítrofes, las actitudes argentinas son altamente deficientes. Tanto en lo relacionado con la posibilidad concreta de encontrar puntos de contacto entre versiones del mundo diferentes pero concurrentes para conformar partidos y coaliciones viables y estables, como en la propia aplicación de políticas públicas tendientes a solucionar problemas concretos de la construcción de ciudadanía, nuestros amigos regionales, sobre todo Brasil y Chile nos aventajan visiblemente. Aún cuando está claro que no viven en el reino de la igualdad, estos países caminan hacia delante y trabajosamente construyen espacios de inclusión creciente y cimientan su liderazgo mientras que en nuestro país los responsables políticos se contentan con una redescripción permanente de los problemas sin aportar, en décadas, ni el principio de la solución.

Y este es un punto central cuando la reflexión toma el camino de la centroizquierda. Desde la recuperación democrática, diferentes Gobiernos, incluso locales, han enunciado desde posiciones progresistas. Sin embargo, no existe indicio cierto de que se hayan establecido ni primariamente, las discusiones que habilitarían políticas que merecieran tal denominación. Tanto en lo relacionado con un tratamiento de las desigualdades, como en lo relativo a las reformas institucionales y políticas, las fuerzas que se dicen progresistas no han avanzado un solo paso visible y ostensible en un sendero reformista.

No existe política pública universal genuina que devuelva dignidad a compatriotas vulnerados por la desesperación de la pobreza, no hay rastro alguno de un ejercicio serio de reforma política que permita establecer rasgos de modernización en el sistema electoral y mucho menos en la vida de los partidos. Estos son protagonistas pasivos de sus propia extinción sin someterse a una crítica y sin que sus principales decisores pueden admitir siquiera una breve, brevísima, equivocación.

Las políticas de la centroizquierda son las más conservadoras de la política argentina y eso es lamentablemente aprovechado por un ejercicio de conservadurismo institucional que se hace eje en los diferentes partidos y que además cuentan con prácticas intelectuales y académicas de autojustificación.

Nosotros somos contemporáneos (en sentido Sloterdijkiano) de esta idea de centroizquierda. Hablar de contemporaneidad de algún modo es hablar del ejercicio de una comunidad. La pregunta aquí es ¿Como poder habitar esa comunidad sin desesperanza y sin que nuestra propia biografía se sienta violentada? Es necesario instalar un debate desinhibido sobre las condiciones de posibilidad sociológica, políticas y experienciales de una política de izquierda democrática y para hacerlo hay que asumir los riesgos de una conversación de la que no se conoce el final pero a la que, a la vez, es prudente y necesario tenerle confianza. Una conversación conflictiva pero armónica y colaborativa entre diferentes familias teóricas, entre visiones complejas de los problemas y sobre la imaginación que se tiene que poner en práctica para reparar el daño que la política le hizo a la sociedad. Una discusión concreta sobre lo que será nuevo y lo que ya no sirve, sobre las responsabilidades y sobre las omisiones.

En su contestación a Sloterdijk, Finkielkraut define lo común de la condición contemporánea como la existencia de un catálogo de decepciones. Vivir en un mismo tiempo calendario no nos hace contemporáneos de los conservadores que insisten en decir que son de centro izquierda.

viernes, 1 de octubre de 2010

Discutir Alfonsín

Salió el Boletín N° 6 de Historia política, pueden leerlo y bajarlo desde aquí.
Además de otros excelentes artículos, incluye un comentario crítico que escribí sobre el el libro "Discutir Alfonsín".

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Es palabra de la presidente

El Gobierno habla por boca de Hebe de Bonafini. Hasta esta hora, ni la presidente ni nadie de importancia del gobierno nacional se responsabilizó o caracterizó los dichos de Hebe de Bonafini en la tarde de ayer. No sólo eso, hace unos minutos escuché a la propia Bonafini decir que muchas personalidades (no precisó quiénes) la felicitaron por tratar de turros a los miembros de la Corte Suprema y por decir que hay que “tomar” tribunales si las cosas no son como ella, y por su intermedio el Gobierno, quieren que sean. No es nueva la particular manera de referirse a asuntos políticos que tiene la señora de Bonafini, ya nos ha regalado su alegría por el atentado a las torres gemelas y su beneplácito con actitudes autoritarias de Irán o de Venezuela. Lo importante aquí y siempre es que esa voz es la voz oficial y que, paradójicamente o no tanto, el objeto particular de la diatriba es una de las más esforzadas y mostradas conquistas del actual gobierno, al menos desde la justificación progresista. Y lo hizo, al menos hipotéticamente, en un acto en defensa de la Ley de Medios, otro de los blasones gubernamentales en registro progre. En un mismo movimiento, Bonafini desautoriza a los dos ejercicios de legitimación “por izquierda” del gobierno que la sostiene económicamente y la autoriza en términos de enunciación política. No es un dato menor que quién esto hace tenga detrás de sí la energía de la reivindicación por los derechos humanos y sea, a su vez, una de las depositarias de la clausurada memoria histórica argentina, anclada, por imperio de la narración del poder, en los años 70. ¿Cómo deberá ser leído este episodio de clara violencia institucional que, por increíble que parezca impacta en los puntos de instalación progresista del Gobierno?¿Cómo leer el silencio? ¿Estamos acaso frente a un sinceramiento de las variables de legitimación kirchnerista?

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La simplificación

"Qué desapasionado, prosaicamente práctico, noblemente soso es nuestro tiempo. Aunque tal vez tenga también su lado bueno: uno puede distinguirse por su extravagancia."

Robert Walser

No me parece bueno dejarse ganar por la simplificación. El mundo está complejo, en esa complejidad hay riqueza, y sólo un tonto se lo perdería graciosamente. La cultura kirchnerista, agria y furiosa, nos propone, a todos, simplificar. Qué otra cosa que simplificar puede ser, por ejemplo, que cualquiera que no esté de acuerdo con el gobierno merezca el mote de Gorila o que cuando se señala la condición abominable del programa televisivo 6, 7, 8 empiecen a intentar emparentarnos con TN, con Clarín, con los editorialistas de La Nación, y con el resto de la prensa del universo. Parece que desde que el kirchnerismo dejó de ser un esquema de gobierno para pasar a ser una forma cultural sólo se puede, simplificando, ser o no ser, y el no ser, acarrea fatalidades.

Para los que no pensamos así es imprescindible librar esta discusión allí donde el poderío indiscutible de los Kirchner lo ha colocado, en el lugar de la cultura. Me gustaría tomarme de las palabras del atormentado Walzer, hombre que jamás se desprendió de su paraguas ni en los días más soleados (siempre pensé que este dato inútil tiene una secretísima y oculta importancia) y apoyarme en la extravagancia que parece uno practicar cuando no se rinde a reducir lo político a lo institucional y le suma a la discusión política, además, rasgos culturales. Consciente de las posibilidades de discusión y de los flancos débiles de esta afirmación, intentaré discutirlas para hacer surgir su vigorosidad.

Una de las críticas, la que considero más débil, es la que le supone la liviandad de la categoría "cultura" atribuyéndole características de corrección política o, simple y sencillamente de vacuidad conceptual. La otra crítica, a mi juicio más consistente, es la que parte de las consideraciones americanas alrededor de la "izquierda cultural". Estas manifestaciones obturan la política escondiéndose en una utilización de las palabras a la manera de un exorcismo. Así, la llamada izquierda cultural insiste en decirse y decirnos que debe existir un camino hacia la emancipación y que ellos y sólo ellos tienen la posibilidad intelectual de develar ese itinerario. En palabras de Richard Rorty, estas personas sustituyen, por considerarlas banales, las reflexiones acerca de un futuro mejor y las cambian por un conjunto amplio, borroso y sofisticado de fantasías.

Para escapar de una y otra crítica y en el intento por devolverle a la cultura su extrema politicidad, en definitiva, para colocarla en el lugar de posición política frente a la simplificación, sugiero pensar la relación entre política y cultura de la siguiente manera. El concepto de cultura que guarda politicidad es el que se refiere a ella como el conjunto compartido de hábitos de acción que permite que las personas convivan entre sí. Entendida de éste modo, la cultura se pluraliza y se democratiza y empieza a hacernos formar parte de sucesivas identidades, conformando una nueva subjetividad marcada por la multiplicidad y la variedad. Estas condiciones culturales, formadoras de la subjetividad individual, pero también de la subjetividad política, deben ser incorporadas en una política que experimente con lo cultural.

La política con experimentación cultural permite pensar algunos de nuestros problemas desde dos caminos. Por un lado nos presenta el desafío de generar instituciones (de todo tipo) que contemplen dentro de sí los nuevos rasgos de la construcción subjetiva marcados por lo cultural. Así, las instituciones que intenten ser novedosas deberán estar en condiciones de agregar desde distintas dimensiones, de consolidar sus acuerdos en base a problemas y de dotar de dinamismos a sus liderazgos y referencias. En definitiva, serán instituciones que convivan con espacio de incertezas hasta ahora desconocidas o disimuladas. Cómo puede verse, este planteo es lo opuesto al planteo cultural del Kirchenerismo en donde la reducción a la unidad marca a fuego cualquier intento reflexivo. Para un Kirchnerista es inentendible que a Lanata le parezca mal que el Estado le declara la guerra a Clarín. Un kirchnerista no entiende por qué Caparrós se aburre cuando ve 6, 7, 8. Un kirchnerista no entiende cuando, azorados, buscamos al profesor Forster y no lo encontramos. Para la cultura Kirchnerista la corte es buena y progresista cuando toma unas decisiones pero es mala y reaccionaria cuando mira con desconfianza el proceso institucional santacruceño. Para los polemistas del kirchnerismo, pensar que no está bien que el Estado construya un multimedios a su gusto es de derecha y pensar que el enriquecimiento patrimonial exagerado es una inmoralidad, es un detalle menor y propio de quienes no entienden el proceso en su conjunto. Para estos neodefensores de lo público llegar a pensar que hay que favorecer al mercado es menemista. En su simplicidad ostensible, la cultura kirchenrista no entiende la complejidad del mundo y es, por eso y fundamentalmente un proceso de conservadurización política.


lunes, 20 de septiembre de 2010

Seminario

Uso político de la memoria y el futuro
de la democracia en América Latina

27 y 28 de septiembre de 2010 de 17 a 21 hs.

Museo Roca, Vicente Lopez 2220, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.museoroca.gov.ar

Los procesos democráticos de América del Sur están cruzados por distintas narrativas que combinan el ejercicio memorístico reivindicativo de un pasado muchas veces ilusorio con un esfuerzo para pensar el futuro. Este seminario tiene por objeto discutir la tensión entre la utilización política del pasado y las posibilidades de imaginar el futuro regional. Desde esta perspectiva se plantea la realización de mesas de debate con personalidades importantes que planteen el problema y multipliquen la discusión. Se realizarán cuatro paneles representativos de la vida pública con el propósito de interpretar la dimensión estrictamente política, la presencia de la sociedad civil, los medios de comunicación y la experiencia intelectual. Este es uno de los tópicos más relevantes para colaborar en pensar el futuro de la democracia y la ampliación de la idea de ciudadanía en América del Sur.

Organizan:

CIUDADANIA Y DEMOCRACIA

CADAL

PLATAFORMA DEMOCRATICA

Lunes 27 de septiembre

17:00 horas. Acreditaciones.

17:30 horas. Panel I: ''La sociedad civil y el futuro de la democracia''

El papel que las organizaciones de la sociedad civil tienen al momento de describir la realidad y de fijar las agendas de problemas. Muchas de estas asociaciones tienen, al menos en Argentina, una relación directa con la memoria histórica toda vez que han nacido para tratar con los problemas derivados de nuestra historia reciente y por eso se convierten en piezas importantes de una nueva manera de mirar la democracia.

Expositores:

Graciela Fernández Meijide, Ex Secretaria de la CONADEP.

Carlos March, Director Ejecutivo de Avina.

Bernardo Sorj, Director del Centro Edelstein de Investigaciones Sociales / Plataforma Democrática.

Moderador:

Martín Waserman, Director de Wingu / Ciudadanía & Democracia.

19:00 horas. Café

19:30 horas. Panel II ''Pensar el futuro de la democracia''

La reflexión intelectual acompaña las transformaciones del sentido común y de las prácticas sociales. Esta mesa estará dedicada a pensar el futuro de la democracia intentando desmontar la tensión entre la fatalidad histórica marcada por la utilización política del pasado y las potencialidades de articular un discurso, prácticas y políticas públicas de cara al futuro.

Expositores:

Adolfo Zaldívar, Embajador de Chile en la Argentina.

Pablo Romero García, Universidad Católica de Uruguay – Revista Arjé.

Aurelia di Berardino, Universidad Nacional de La Plata.

Samuel Cabanchik, Senador Nacional.

Moderador:

Facundo Calegari, Foro de la Ciudadanía Metropolitana / Ciudadanía & Democracia.

21:00 horas. Cierre primera jornada.

Martes 28 de septiembre

17:00 horas. Acreditaciones.

17:30 horas. Panel III ''Medios, nuevos medios y transformaciones del espacio público en América Latina''

La democracia necesita de la libertad de información y los medios de comunicación son piezas centrales de esa dimensión y además, figuran entre las primeras líneas críticas de nuestra vida social. Con la incorporación de nuevos medios, la situación se complejiza en el despliegue de una pluralidad tan saludable como caótica. La mesa sugerirá a los participantes discutir la relación entre el Estado y los medios y sobre los ideales y valores que se ponen en juego ante cada descripción del mundo.

Expositores:

Martín Becerra, Universidad Nacional de Quilmes.

Alejandro Alfie, Periodista diario Clarín.

Fernando Ruiz, Universidad Austral.

Moderador:

Gastón Vega, Canal K (sin continuidad) / Ciudadanía & Democracia.

19:00 horas. Café

19:30 horas. Panel IV ''La memoria interpelada. Pasado, presente y futuro de la democracia en América del Sur''

La política es el lugar de realización de las aspiraciones colectivas. Las políticas públicas, tanto ejecutivas como legislativas, son el resultado de la relación valorativa entre la ciudadanía y su clase política profesional. La mesa convoca a representantes de distintas fuerzas políticas a debatir sobre las relaciones entre pasado, presente y futuro para rediseñar nuestra democracia y colocarla en perspectiva regional y global.

Expositores:

Diana Maffia, Legisladora Coalición Cívica.

Martín Hourest, Legislador Igualdad Social.

Margarita Stolbizer, Diputada Nacional, GEN.

Norma Morandini, Senadora Nacional, PN.

Moderador:

Gabriel Palumbo, Ciudadanía & Democracia / UBA.

21:00 horas. Vino de Honor


miércoles, 15 de septiembre de 2010

Una especulación sobre qué hay detrás del Kirchnerismo

¿Cuál es el rasgo más potente del Kirchnerismo? ¿Cuál será, en caso de haberla, su marca firme en la cultura política argentina? Intentemos caracterizar mínimamente el fenómeno.

El Kirchnerismo presenta, según veo las cosas, tres características salientes, se propone como un populismo con ciertos aires beligerantes, actúa como una tecnología de apropiación de la memoria y opera políticamente intentando capturar la exclusividad del ideario progresista.

En el primer punto, el ejercicio del poder del Estado que lleva adelante el Kirchnerismo puede ser definido con un populismo de baja intensidad, con momentos de mayor beligerancia donde el planteo de los distintos conflictos remiten permanentemente a una fórmula confrontativa. Sostenido por postulaciones conceptuales importantes como pueden ser la de Ernesto Laclau y sus seguidores locales, la conflictividad inherente a la dinámica democrática se vacía de componentes plurales y se propone como finalista, esencialista y totalizadora. Lo que conocemos como crispación, que es una suerte de “sensación térmica de la beligerancia estatal”, no es otra cosa que el modo no democrático de ejercer el poder que permanentemente elige el gobierno en la búsqueda de su propio posicionamiento político que, de otro modo, le resultaría dificultoso ya que no tiene un programa o una dirección definida.

Como complemento, el Gobierno ha intentado, con éxito, apropiarse de la narración histórica del pasado nacional. Curiosamente, no se pronuncia desde un espacio fundacional sino más bien como restaurador de hipotéticas luces identificadas en la década del 70. Esta visión encantada de la realidad política Argentina sumado al carácter mentiroso de “su” propia participación en ella, ha convertido al Kirchnerismo en el propietario del pasado aún cuando no pueden demostrar la verosimilitud de los hechos concretos y aún cuando niegan las evidencias más ostensibles. El Gobierno usa miserablemente la tragedia Argentina para constituirse políticamente en un actor con características que no posee. El ejemplo de la negación de la actuación del gobierno radical en el juzgamiento a las juntas es demostrativo, tanto como la resistencia a discutir colectivamente la relación entre violencia y política en esos años. Pero más allá de estas consideraciones y por múltiples factores, el Kirchnerismo ha construido una situación histórica determinada que logra el consenso necesario entre muchos de los que producen los imaginarios colectivos y, al mismo tiempo, ha generado el efecto de rechazo (casi temeroso) de otros actores importantes que, por ahora no logran sobreponerse a la imagen demonizada del Kirchnerismo y, por tal motivo, no logran establecer una identidad más allá de la denuncia.

Por último, mucho menos por convicción que por verse obligado de salir de una crisis política profundísima, el Kirchnerismo se presentó a la sociedad como una variante del progresismo. Logró adhesiones en el sistema político y en el medio cultural e intelectual y eso facilitó, nobleza obliga, restaurar ciertos márgenes de enunciación y práctica política que se habían perdido. Sin ningún antecedente que los habilitase, pero con una cuota importante de desparpajo y falta de adversarios políticos de importancia, el Kirchnerismo se dedicó a establecer los límites de las condiciones de posibilidad de las políticas progresistas. Algunas medidas tan acertadas como previsibles, sumadas a la falta de una oposición con rumbo claro le permitieron al Gobierno situarse en el costado izquierdo del sistema político y habilitar desde allí discursos, acciones y palabras. Tuvo que pasar mucho tiempo para que apareciera la posibilidad, en las discusiones académicas y políticas, de establecer una crítica “por izquierda” al matrimonio Kirchner y su gobierno, aún cuando en la práctica (asociación con Moyano, acuerdos con los barones del conurbano, derechos humanos sólo hacia atrás, manipulación de índices y patoterismo de toda especie) son muchas las posibilidades de asociar al gobierno con el tradicionalismo político más conservador.

Así las cosas, la política Argentina y las próximas elecciones no tratan sólo de un recambio de elenco gubernamental o de un ejercicio crítico de acciones de gobierno. Lamentablemente, y pese a su inicial slogan, la estela del kirchnerismo es gris y, confusa y hasta violenta, nada que ver con un país en serio. Para nuestra desgracia, no podemos habitar ese lugar de normalidad que nos pediría, cada cuatro años, un aval o una negativa, pero dentro de márgenes razonables y tranquilos.

La oposición al Kirchnerismo, y me refiero aquí a la única que me preocupa, es decir, a las fuerzas progresistas que puedan confluir en un Acuerdo Cívico y Social lo más amplio posible, se verá de frente con este esquema de país planteado por Kirchner. El gobierno es mucho más que sus políticas públicas (que algunas serán buenas, otras no tanto y las demás nefastas), el gobierno es toda una manera de concebir el poder en democracia y presenta una manera de ver el mundo y un producto social. Este es el verdadero lugar donde se discutirá la política en los próximos meses o años. Lo que se pone en juego es la construcción de una sociedad, el temperamento cooperativo que aún perdure en nosotros y la posición del Estado en esa construcción. No será una discusión de indicadores o de políticas públicas concretas sino más bien, del tipo de democracia en la que se quiere vivir. La discusión vital pendulará, entonces, entre el populismo beligerante y la democracia de proximidad.