A quienes nos interesa pensar el conflicto en clave democrática, las semanas de toma en la facultad de Sociales y su modo peculiar de resolución, nos ha dejado un gran aprendizaje. Para quienes pensamos desde un registro filosófico pragmatista y nos dejamos acompañar por la figura de John Dewey como ladero, los episodios de estos días se nos vuelven en cierto modo oscuros, difusos, casi inaprensibles.
Ni desde la ciencia política, ni desde la sociología, ni mucho menos desde la filosofía política es conveniente opacar la capacidad constructiva del conflicto. La actitud pragmatista propone estrechar los lazos entre ese conflicto y la emotividad que le da vida y existencia. Una vez que no le concedemos al conservadurismo desconocer el conflicto y que no queremos admitir un tratamiento nostálgico, se abre una dimensión posible para ligar el conflicto con la emotividad. Los lectores saben que no es sencillo cifrar una suerte de teoría pragmatista del conflicto. Podemos, incluso, estar de acuerdo en que no es necesaria, pero la verdad es que el problema subsiste y se vuelve sobre nosotros reclamando que tomemos parte de la conversación. Intentemos trabajar este punto manteniendo la actitud pragmática. Lo haré recuperando la discusión alrededor de los antagonismos que mantuvo Dewey con Jane Addams una noche en la Hull House, ese magnífica espacio de intervención pública que Addams creó en Chicago junto a Ellen Gates Starr. En esa discusión, en apariencia abstracta, reside toda una posibilidad de reinscribir el conflicto en un registro diferente. Dewey, todavía moderno y hegeliano a la vez, sostenía frente al cristianismo de Addams la condición, sino irreductible, al menos vigorosa de los antagonismos entre formas institucionales. Addams, en cambio, creía que estos antagonismos eran irreales, que mostraban “ simplemente la inyección de actitudes y reacciones personales” demorando la comprensión del significado de la acción y la conducta humana. El impacto de esta conversación en la interpretación filosófica de Dewey fue intenso. Lo llevó, tras una noche de reflexiones impetuosas con él mismo, a entender de los dichos de Addams, una reformulación de la dialéctica según la cual la unidad ya no debería ser percibida como la conciliación de los opuestos, sino que sería de utilidad percibir a los opuestos como la unidad en su crecimiento. Esto tiene derivaciones prácticas ineludiblemente pragmatistas si se entiende que los intereses que son necesarios de guardar, siempre son los intereses mutuos y no los particulares, aún en el planteo de un conflicto, por fuerte que éste fuese. Y esto lleva a una radicalización de la dimensión liberal de la democracia, pero a la vez, en términos filosóficos estrictos, nos permite escapar de la referencia metafórica de la existencia de una “arriba” y un “abajo”, tan frecuentes en el léxico ortodoxo de la política. Una consecuencia aún más radical es la posibilidad de explorar la negación, gracias a esta unidad de los opuestos, de la supremacía discursiva entre reformistas y reformados, es decir, entre los sujetos políticos que son protagonistas de un proceso de reforma. Borges, curiosamente o no, y sin implicación política aparente, sostenía una condición crítica similar frente a la dialéctica, valorando la forma poética. Esta negación de la dialéctica, con las presencias de Dewey y Borges, sirven a mi propósito de pensar al conflicto como una consagración de la pluralidad e imaginarlo reclamar un léxico nuevo, siempre colaborativo, que bien puede ser el de una poética política recursiva, zigzagueante, rica y plena de extravagancias.
Cuando miramos la toma de Sociales desde esta perspectiva nos encontramos cerca de la nada, Un conflicto que escaló sin reparar en los intereses de nadie más que los que lo provocaron y una resolución violenta, irracional y desmedida, que, con todo, fue coronada con un éxito indudable. Los que llevaron adelante un conflicto de estas características lograron todo lo que querían, desde lo mayor hasta lo más absurdamente menor y banal, como la posibilidad de realizar fiestas en un edificio que denuncian por la precariedad y peligrosidad de sus instalaciones. Del otro lado, una lógica de las autoridades realmente inexplicable, que nunca mostró autoridad, que fue políticamente ineficiente y que terminó concediendo todo después de siete semanas de toma, cuando si lo hubiera hecho al segundo día, todo hubiera sido distinto. La única preocupación de las autoridades fue, en todo momento, no ser corridos por izquierda, y lo fueron y encima, a modo de estética venganza, el decano y sus ayudantes en la gestión mostraron la finalización del conflicto en la calle, como una suerte de clase pública de reconquista de la facultad.
De este conflicto, lamentablemente, no surgen actores nuevos, no se generó un marco democrático distinto, no se avanzó en la discusión sobre la calidad académica y todos nos llenamos de desasosiego. La esperanza nunca es vana, vaya pues esta interpretación para empezar a llenar el aire de argumentos.
3 comentarios:
Gran entrada Gabriel! Siempre es bueno entender al conflicto como parte de un proceso y quitarle toda la negatividad que suele otorgársele (“la unidad ya no debería ser percibida como la conciliación de los opuestos, sino que sería de utilidad percibir a los opuestos como la unidad en su crecimiento.”), aunque no su importancia: se lo entienda como se lo quiera entender, no es prudente desestimarlo. Lamento quedarme con una nimiedad, después de leer tamaña entrada, pero si el papelucho se hubiera firmado a la semana, no hubiésemos ganado nada tampoco: al menos, nada respecto a la aparición de nuevos actores, ni la intención de diálogo, ni la voluntad de aprender, nada. Eso sí, el triste final asegura que sigue todo igual, que el polo motor corporal, significante, adorado por las mentes brillantes de la facultad, sigue “significando” al mundo con el que choca.
Aunque extensa, va aquí una cita de José Luis Romero, qué más decir!:
“La Universidad no podrá abandonar ya más el puesto de combate que con su conducta ha conquistado, que es un puesto de honor y sacrificio, como cumple a los buenos. Pero acaso convenga reflexionar serenamente sobre el sentido y alcance de esa militancia. Como cuerpo, la Universidad debe probar que está al servicio del país y de su pueblo haciéndose cargo del estudio de los graves problemas que exigen solución, para que no haya lugar a las fáciles improvisaciones y evitar de ese modo la renovada irrupción de salvadores de la patria (…) debe probar también que está al servicio del país y de su pueblo orientando la formación del ciudadano como tal, debe ser supremo de una educación republicana, para que respete y haga respetar las instituciones dentro de las cuales es lícito y posible alcanzar la satisfacción de los anhelos sociales y aspiraciones económicas”.
Nada por decir, excelente cita!!
Interesante entrada. Yo también me hubiera quedado con lo se quedó Gastón, da para comentarlo bastante. Pero también me llamó la atención el final.
“De este conflicto, lamentablemente, no surgen actores nuevos, no se generó un marco democrático distinto, no se avanzó en la discusión sobre la calidad académica y todos nos llenamos de desasosiego”.
No entiendo esto último, sobre todo lo del no surgimiento de actores nuevos y de un marco democrático distinto.
Jugando un poco, uno podría preguntarse que tipo de actor nuevo podría haber surgido y que tipo de marco democrático distinto podría haberse generado. La verdad que me cuesta muchísimo pensarlo. No se me ocurre nada. Es más, creo que si surgiera un actor nuevo sería tan parecido a lo que ya conocemos que sería casi indetectable. Seguramente la diferencia sería mínima pero fundamental. Para decirlo a lo bruto, este nuevo actor dejaría de jugar a la política y haría política en serio. Básicamente esto sería hacer política para el conjunto y no para un grupito. No debería tener problemas en admitir que otro tiene ideas mejores a las suyas. Lo raro es que seguro que debe haber muchísimos actores políticos con estas características. Se ve que la imaginación no me da para tanto. Espero que alguno pueda caracterizarme un actor nuevo.
El marco democrático distinto me supera totalmente. Porque uno piensa en instituciones, edificios, cosas así, cuando se habla de marco. Creo que el marco distinto depende de los nuevos actores, o de los viejos que se comporten como nuevos. Es decir, que los muchachos se dejen de joder y empiecen a hacer las cosas bien. El problema sería que piensen que hacen las cosas bien. Pero eso lo descarto con este ejemplo bastante simple. Me imagino a Cristina, Alfonsín, Binner, ¿Moyano?, Reutemann viajando por Europa en tren hablando maravillas del sistema de trenes europeo, la puntualidad, la calidad del servicio, etc. Vuelven y acá no se hace nada por los trenes y el beneficio que sería para el país tener un sistema ferroviario como la gente. ¿Cuál es la verdad? No hay presupuesto, la cultura, son incompetentes, les conviene que las cosas sigan así, será que el tren no es para un país como Argentina, no sé, es un misterio. Podría haber decenas de ejemplos de este tipo. La educación pública por ejemplo o la educación en general. Llenarse la boca hablando de sistemas educativos espectaculares y lo importante que es la educación, pero, ¿y acá como estamos? Pareciera que los muchachos están más preocupados en sus asuntos personales que en los del conjunto que debieran ser sus asuntos reales, eso de no ser corrido por izquierda, es una pena.
Calidad académica que se puede decir, la UBA está en el puesto 200del ranking de Universidades del mundo. Al menos eso es lo que dijo nuestra profesora de Técnicas de la Investigación. Yo más que estudiar, no se que puedo hacer, después el profesor me evaluará y me pondrá la nota que corresponda. Dejo el asunto en manos de los responsables y expertos. Supongo que le preocupará mucho la situación de la Universidad. A nuestra manera, un tanto rara, pero los estudiantes demostramos un poquito más de preocupación, si bien aparentemente se extinguió. Lo de las fiestas, coincido, es un desastre. Habrá que ver una manera de cuidar las paredes por el tema de los carteles. Más allá de eso no se andan haciendo destrozos por los edificios.
Pasando a la cita de Gastón, no cabe dudas de que eso es lo que la Universidad debiera ser, aunque como dice Romero primero reflexionemos, no vaya a ser que terminemos en una dictadura académica.
Y todos (¿todos todos?) nos llenamos de desasosiego.
Perdón por la seguramente innecesaria extensión del comentario.
Saludos
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