lunes, 26 de diciembre de 2011

Algunos futuros para el radicalismo


Entre las elecciones en la Argentina y en España pasaron menos de treinta días. En España, el panorama político tras la elección es muy duro para el PSOE, que perforó su piso electoral y tendrá que trabajar para restaurar su posición frente a la ciudadanía. Pero de ningún modo, el resultado de la elección puede ser visto como algo escandaloso o terriblemente trágico.
En Argentina, el oficialismo sacó una diferencia de 40 puntos a la oposición, quedó consagrado como una suerte de partido único con legitimación popular y las fuerzas opositoras, divididas y desperfiladas no alcanzaron, ni aún sumadas, acercarse a los votos del Kirchnerismo.

Frente a estos escenarios, desde el 20 de Noviembre -día de las elecciones españolas- hasta hoy, una docena de notas de opinión giran alrededor del PSOE, dando cuenta de la necesidad de reformas, proponiendo alternativas, imaginando posibilidades. Las escriben dirigentes del partido, pero también catedráticos independientes, periodistas, poetas y escritores. Existe el gusto y la necesidad por discutir la democracia, y se sabe que la vida de los partidos es cosa importante. La democracia tiene, en el debate público, presencia, ideas y palabras. En estos últimos días, un grupo del partido lanzó una interesante plataforma en la web, http://www.muchopsoeporhacer.com/ en la que se puede colaborar a pensar y discutir.

En Argentina, en cambio, se escribe mucho a favor y en contra del kirchnerismo, pero el papel de oposición, salvo en los casos que genera una noticia-por lo general impolítica o escandalosa- no es objeto de reflexión seria. En estos tiempos, con la perspectiva de un gobierno dotado de la legitimidad suficiente como para llevar adelante sus intenciones por la uniformidad, valdría la pena pensar e involucrarse más –aún ante la falta de incentivos- en la vida de los partidos de oposición.
En una serie de deliciosas notas escritas por Nicolás Wiñazki en Clarin, los lectores nos fuimos enterando de la forma en que iban a dirimir sus cuestiones en la UCR. Un partido que había quedado tercero en la elección, que venía de una fuerte conmoción derivada de la lógica de alianzas y que había visto diezmada su representación institucional en forma importante. En la convención partidaria, unos señores ya mayores, cercanos más al retiro que a la lucha y la ambición, se pecharon como en el barrio, se amagaron bravuconadas y todo terminó con el vuelo rasante de tortas de ricota. No parece una actitud a la altura del problema.

Pensemos un poco en el radicalismo, alejándonos de la urgencia. La Unión Cívica Radical plantea un caso sumamente complejo. El radicalismo –en lo que podría considerarse una rareza politológica inquietante- ha marcado que su destino sea el de una suerte de abandono de la representación. El partido radical parece haber elegido abandonar a los ciudadanos que veían en él un espacio de alternativa de poder, de reserva de ideas, de acciones y de legado. Con una obstinación innegable pero absurda desperdició una segunda oportunidad que la sociedad le otorgó sin casi haber hecho nada para merecerla. Distintas circunstancias hicieron que el afecto ciudadano sobre el radicalismo reviviera tras años de indiferencia. Por varios motivos, que encuentran claramente su punto más fuerte en la muerte de Raúl Alfonsín, pero también en el hartazgo frente a las lógicas confrontativas permanentes del gobierno, las personas volvieron a mirar lo que hacía la UCR y esta, sin saber qué hacer, no supo responder.
Algo así como la profundización del abandono como patología. Y esto es un problema, porque como entendemos con el caso español actuando como espejo, los problemas de un partido de representación popular, con extensión territorial y con capacidad de intervención en el debate público, son los problemas de la democracia. Y nuestra democracia es peor desde que el radicalismo decidió abandonar la representación popular que consiguió históricamente. Hay un claro empequeñecimiento de la democracia que acompaña la dilución afectiva del vínculo entre la sociedad y el radicalismo.

La democracia argentina no logra resolver el problema planteado por el abandono del radicalismo y es por eso que una y otra vez, la pregunta sobre el radicalismo vuelve, se re-presenta. Emerge de una manera bastante dolorosa.
La última versión de este problema es el supuesto giro a la derecha que supuso el acuerdo que Ricardo Alfonsín decidió articular con Francisco de Narváez para las elecciones del 24 de octubre. Más allá de los errores conceptuales escandalosos que sostuvieron esa decisión, la polémica tardó en llegar hasta que se contaron los votos. La UCR no tuvo el nervio democrático necesario para plantearse problemáticamente el hecho importantísimo de romper con una alianza anterior con fuerzas afines (que además había resultado bastante exitosa) y cerrar un acuerdo con una fracción del peronismo tan amorfa e incomprobable como conservadora. Más de 40 diputados nacionales, varios senadores, intendentes, concejales y dirigentes importantes no constituyeron el espacio crítico necesario para siquiera poner en discusión la alianza con el empresario.

Una vez comprobado el resultado de la torpeza intelectual que cobijó el acuerdo, empezó a hacerse en público lo que hasta el día anterior era corrillo en toda casa de dirigente o militante radical. El tema era, una y otra vez, el giro a la derecha.

Aquí es necesario detenerse un poco y mirar las decisiones del radicalismo en los últimos años. En el año 2007, es decir en las elecciones presidenciales inmediatamente anteriores, el radicalismo se dividió para apoyar a dos candidatos peronistas: Kirchner y Lavagna. En ese camino, dotó de legitimidad al modelo aportando nada menos que el vicepresidente. Es cierto que todo terminó mal, pero había empezado peor. Además, y el dato no es menor, el mismo personaje, tras el voto no positivo en la 125, se constituyó para los desorientados radicales en un actor de relevancia que suscitaba -sin mediar ningún tipo de justificación analítica o práctica- una esperanza. Podría decirse, sin asumir el riesgo de equivocarse demasiado, que las últimas opciones que tomó el radicalismo han estado marcadas por una condición desopilante, que parece más un escrito de ficción que un análisis político o un ensayo de interpretación.

Aún queda por discutir una cuestión de mayor relieve. Si el tema instalado en la discusión fuera el del giro a la derecha y la condición perdida de cierto progresismo radical, hay cosas para decir. La condición socialdemócrata y progresista del radicalismo es, ciertamente, una construcción mítica, un relato que se basa en la impronta temporal que la figura de Raúl Alfonsín y el destino histórico supo darle. Es cierto que la historia del radicalismo tiene marcas claramente progresistas, pero son eso, son marcas, profundas y destacables, pero nunca lo suficientemente potentes y duraderas como para conformar un ideario claro e ideológicamente definido. Partido aluvional, de captación policlasista y sin demasiados antecedentes intelectuales que le dieran fundamento ideológico, el radicalismo nació como un gran partido de base popular, pero no es posible pensarlo como un partido de izquierda o, al menos, progresista. Está claro que esta dimensión progresista es una persistencia, pero tiene más la forma de un deseo y de un trabajo que de una realidad indudable.

Esta discusión se da en un marco interesante. Tengo la sensación que una buena parte de los mejores hombres y mujeres que tiene la política argentina están hoy dentro de las estructuras del radicalismo. Hay una gran cantidad de personas con formación, con vocación pública, con ambiciones interesantes y proyectos imaginativos, pero si la estructura partidaria del radicalismo se obstina en mantener la actual presentación pública ninguna de estas potencialidades estará en condiciones de elevar la voz.

El radicalismo se encuentra en estos días, a los ojos de cualquier analista, atravesado por dos lógicas contrapuestas. Una de ellas es la que lo acerca a ser parte de un espacio de centroderecha, dotando al liderazgo creciente de Mauricio Macri de la extensión territorial, la capacidad institucional y los cuadros que el Jefe de Gobierno no tiene. Hasta dónde llegará la lógica conservadora de la UCR es una incógnita, pero la Ciudad de Buenos Aires puede ser un buen punto de mira.

¿Pero querrán acaso los jóvenes y no tanto que piensan en el radicalismo desde una dimensión más progresista inscribir sus biografías en ese itinerario político?

Otra opción, la recreación reformista, no está vedada ni epistemológica ni políticamente al radicalismo, pero tampoco está asegurada. Puede pasar, pero también puede no pasar. Una narrativa distinta, atenta a lo que sucede en la Argentina y en el mundo, moderna, imaginativa y creadora es posible siempre que se comprenda que no puede llevarse adelante con estos intérpretes cumpliendo roles estelares. Si los intérpretes del discurso de la UCR son los mismos de siempre, o peor aún, los mismos de antes, nadie podrá permitirse pensar en una reforma. No es posible que alguien vea un cambio en algo que permanece siempre igual. Si no emergen nuevas voces diciendo cosas nuevas y a los que escuchamos son a Morales, Moreau, Storani, Rozas, Alfonsín y demás, el destino del radicalismo es la desaparición. Y una desaparición con feo gusto, una desaparición por indiferencia. A ningún ciudadano bien nacido de este país le importará más lo que diga o haga el radicalismo.

Otro camino es el de realzar voces que lentamente pinten un temperamento diferente. Que se presenten a la sociedad como algo nuevo, imaginativo, con capacidad creadora y, a la vez, querible y confiable. Voces que prefieran hablar en otro dialecto, acercar a personas distintas y diversas que no expulsen sino que atraigan los deseos de discusión y debate. Es posible que de ese modo el radicalismo reviva algunos de los símbolos que lo han hecho, por mucho tiempo, una opción para la ciudadanía. Las posibilidades están, aún cuando los datos no permiten demasiado optimismo.

La falta de optimismo remite, sencillamente, a que los propietarios de las parcelas del partido y su manejo de las estructuras y de la cada vez más esmirriada dotación institucional conspiran fuertemente para el resurgimiento potente del radicalismo. Los administradores económicos impiden la emergencia de la política. Y de no haber ningún cambio, la pregunta a formularse será ¿Cuánto dura el símbolo?

En el marco de la política argentina de estos días, con un gobierno que tiene una vocación muy firme por la unanimidad, la actitud de reforma del radicalismo es imprescindible. Sería prudente comprender que sólo el peronismo –gracias a su enorme capacidad adaptativa- puede articular el gobierno desde una única fuerza política. La oposición reformista debe buscar su perfil –ese que reconoce las familias liberales y republicanas- y dejar al nacional-populismo hacer sus propias alianzas de gobernabilidad. Si algo distinguiría la actitud del radicalismo de hoy es el alejamiento de la endogamia y el reconocimiento de la necesidad de articular una fuerza política con otros que piensan, en los trazos gruesos, parecido o igual. La generación de una opción política frente a la uniformidad que propone el kirchnerismo es un deber de la esperanza política argentina