jueves, 5 de enero de 2012

Plataformas intelectuales


Ligera advertencia para el lector: Esta nota fue escrita antes de la renuncia de Guillermo Saccomanno. Creo que el tono de la carta, sugiere una mágica confirmación a lo que sigue.

En su formidable blog, Flavio Buccino tuvo la inteligente idea de rescatar la emergencia de un nuevo grupo de intelectuales y gentes vinculada a la cultura que formaron Plataforma 2012. Con una celeridad que es también sensibilidad, Flavio celebró la aparición –que un día después tomaría estado público en todos los diarios- de un nuevo espacio de reflexión. Heterogéneo, el conjunto de firmas que sostiene el documento contiene desde pensadores notabilísimos –mi admiración intelectual hacia José Emilio Burucúa es enorme -  hasta artistas geniales –Luis Felipe Noé y Diana Dowek - pasando por arrepentidos kirchneristas.


No me interesa caer en la mitificación del pensamiento, y mucho menos en tornarlo ingenuo. Las ideas tienen consecuencias y no es cierto que haya que saludar cualquier intento reflexivo sin detenerse un instante a mirar hacia dónde va. Pero en este caso, esa precaución parece excesiva y es necesario remarcarlo. No coincido en ningún caso con las formas de resolución política que los integrantes de Plataforma 2012 eligen en tanto ciudadanos, pero su intervención en el debate público tiene que darse por bienvenido. Por otro lado, no hay nada novedoso salvo la generación de un colectivo, tanto Gargarella, como Sarlo o Burucúa son animadores de la discusión en los medios más importantes y, cada tanto, obtienen esa visibilidad que es tan esquiva para los trabajadores de la palabra.

Con todo, la lectura del manifiesto (incluso su propia existencia) no me deja dar el próximo paso hacia la alegría o la expectativa. Leo y no puedo dejar de sentir un sinsabor, como un regusto medio amargo. La idea de grupo que necesita un manifiesto, lo propone y desde allí modela su intervención pública es hija de otro tiempo. Se parece mucho más a los clubes o salones europeos que a la actitud intelectual y artística que imagina un mundo que es improbable. En el documento de presentación de Plataforma 2012 se escucha mucho la voz del adversario, parece un grupo de veteranos de guerra que quieren revivir la batalla porque al fin, después de revisar una y otra vez sus estrategias, parece que aprendieron el truco. 

La consigna sobre revivir el pensamiento crítico no parece demasiado cautivamente más allá de lógicas universitarias. Por formación conozco, respeto, y tengo posición sobre los debates que la idea de crítica puede albergar, pero su enunciación como pretexto para la acción me parece más de un colegio secundario que de un grupo de relevancia intelectual. La idea de construirse desde la crítica, sin más, me lleva indetenida y fatalmente hacia atrás. 
Mi siguiente motivo de desaliento es la insistencia en la verosimilitud como variable política. A modo de una paradoja autofrustrante, se impugna el relato disputando su verosimilitud. ¿Acaso alguno de nosotros, cualquiera de los ciudadanos de nuestra patria, cree que el relato épico y la construcción del pasado que el gobierno dibuja para su zoológico interno de 150 militantes, es cierto? Todos sabemos que no lo es, tanto como sabemos que al momento de elegir, ese punto no aparece en primer plano. Es como cuando niños ya descubrimos la treta de nuestros padres sobre los reyes magos y tenemos, en nuestra inocente supremacía infantil, la condescendencia de no decírselo a nuestros papis. La lucha por la verosimilitud es una lucha de científicos, de profesores guardianes de la fidelidad entre las palabras y las cosas. Esa disputa esconde en realidad la discusión sobre el “legitimo” o “verdadero” izquierdismo. Una discusión más aburrida aún que su predecesora.

Desde donde veo las cosas, la idea de la relación entre el pensamiento y la acción política que termina reformando a las sociedades requiere hoy de nuevos puntos de apoyo, menos estáticos, más frágiles y menos ciertos que el que el concepto de crítica puede darnos. Es mucho más la obra de la esperanza y de la construcción de audiencias y de mundos que el desenmascaramiento de las mentiras ajenas. Es mucho más un juego, riguroso y poco serio a la vez, que un ejercicio trágico de descripción y develación. Es la búsqueda de una música risueña que traiga ecos constructores. El dialecto para esa construcción no merece agotarse en discusiones profesorales o en prestigios anteriores. Es una escritura distinta, con voces que hoy suenan más tenues y, tal vez a propósito, menos pretenciosas.