viernes, 13 de agosto de 2010

La osadía de los individuos rebeldes

Hace ya bastante tiempo, apareció un ensayo en la revista Ñ (lo busqué en la web pero no es posible acceder, así que el que lo quiera leer deberá ir hasta alguna hemeroteca y pedir por el N° 24 de la revista) que en estos días se obstina en volver a mi memoria. El ensayo de José Luis Pardo era y sigue siendo una rareza ya que trata de un tema ajeno a las preocupaciones intelectuales más urgentes en nuestro medio y se escapa de la tradición del pensamiento patrio, siempre más preocupado por el difuso mundo de “lo colectivo”. El ensayo de Pardo recuperaba una reflexión sobre la individualidad que me parece magnífica y estimulante.

Pardo recupera con su ensayo una tradición escasamente transitada en nuestro país que hace convivir a las filosofías continentales europeas con la mejor filosofía norteamericana. Este intento, cuyo gran hacedor es Richard Rorty, reconoce los aportes heidegerianos combinándolos con el pragmatismo americano dando a luz una forma filosófica de tono liberal que intenta escapar de los dualismos clásicos impulsando un modo de pensar la relación epistémica y práctica de lo público con lo privado de una manera altamente disruptiva. Más allá de éste aspecto estrictamente filosófico, creo que, viéndolo desde la filosofía política el aspecto más estimulante del ensayo de Pardo es el que asoma de la posibilidad de vincular a los “individuos en rebelión” con lo político, y para ser aún más claros, con la política democrática.

Para decirlo de otro modo y sencillamente, si damos por bueno que ha habido una sustancial modificación en las formas de construcción de las individualidades y que esto tiene consecuencias sociales no podemos más que pensar que las formas e instituciones que intenten interpretar esos cambios deben acompañarlos y también con ellas, obviamente, la forma en que son pensadas y explicadas.

Marca acertadamente Pardo, con Beck, la necesidad de reformular las categorías que, desde las distintas expresiones del pensamiento, se han venido utilizando para dar cuenta de la relación ente ciudadanía y política. Sugiero, entonces, que las habituales concepciones colectivistas, desde el marxismo hasta el comunitarismo y también las perspectivas políticas tradicionales den un paso al costado para permitir el acceso, desde la mejor tradición liberal, a una concepción de lo político que, partiendo de las nuevas formas de la subjetividad, reconozca que las instituciones democráticas no pueden, si quieren ser eficaces, ser muy distintas a esa nueva construcción de las subjetividades.

Creo, además, que para tratar adecuadamente el estudio de la relación entre la ciudadanía (sujeto político, politizable o a politizar) y la política como actividad es necesario reinscribirlo desde la perspectiva según la cual las cosas, los actos, incluso aquello que llamamos lo social, resulta ser como es por la relación que establecen con las demás cosas y que la mejor opción que tenemos es la de pensar el mundo social como lo que se sostiene sobre la constancia del cambio, como un flujo relacional que, marcado por la contingencia, vuelve nuestros actos tan importantes como flexibles y móviles.

Pensando de este modo llegaremos a la necesidad de repensar los vínculos entre la ciudadanía y la política ya no desde categorizaciones tales como crisis orgánicas, de representación o de los sistemas de partidos sino como un mucho más complejo reconocimiento de la inestabilidad de los lazos de legitimación. Esta nueva perspectiva supone asimismo, replantear radicalmente la agenda de problemas y los abordajes que se desprendan de ellas para las fuerzas políticas que se asumen como reformistas para evitar caer en el conservadurismo que conlleva consagrar la nostalgia como categoría política.

Quienes hacen de la política su actividad central debieran comenzar por abandonar la idea de ciudadanos con puntos o referencias fijas. Esto sugiere, por lo demás, un escenario en donde las formas de la representación y de la legitimidad se encuentran en una permanente revisión. En este sentido las formas de organización de las estructuras partidarias o de representación político electoral deben entrar en un proceso de discusión que termine por alivianar el peso de estructuras preexistentes permitiendo la incorporación de distintos espacios sociales en la búsqueda de poder político concreto reflejado en espacios de intervención.

Las instituciones de la democracia necesitan recuperar la centralidad del sujeto como portador de derechos como reflejo especular de su actuar sin los prejuicios antiliberales que tanto daño han producido en Latinoamérica.

Se trata, entonces, de levantar la mano a favor de lo que Dewey llamó el individualismo propio de la democracia, es decir, la capacidad de construcción reflexiva colectiva de una forma social que se plantee como necesario que los hijos vivan mejor y sean más felices que los padres, generación tras generación. El presente ensayo pretendió problematizar la política hablando de la democracia desde la singularidad y la riqueza de las personas para que, parafraseando a Dewey, por fin la práctica y la imaginación se den un abrazo y para que la poesía, el arte y el “sentido religioso” broten como flores espontáneas de la vida democrática argentina.

2 comentarios:

Laura dijo...

coincido en la necesidad de abordar con flexibilidad el devenir de las subjetividades políticas, y agregaría que para eso me parece necesario, no solo mantenernos apartados del cotorreo de calificaciones/ descalificaciones y clasificaciones (sobre todo si los criterios son caprichosos y vagos y los unicos que se reconocen en esos criterios son quienes los enuncian) sino también no anclarse en el vocabulario de derechos, que puede ser tan abstracto como obturante para la imaginación política. Una vez Boris Vian dijo (cuando le preguntaron por qué no tenía abogado en ocasión de afrontar un juicio) "Porque no mienten bien. Quizá tengan oficio, pero les falta imaginación"

Gabriel Palumbo dijo...

jaja, buen punto el de Vian. La relación entre la construcción subjetiva y las nuevas formas políticas necesitam de la imaginación de la que carecen los abogados. La pena es que no son los únicos que carecen del vital elemento