Muchas veces pasa que terminamos por hablar con un lenguaje ajeno, que no es propio y no es el que queremos. Muchas veces sucede que, sin advertirlo, las marcas culturales que deja la impresión simbólica de una manera de ver el mundo sobre las percepciones colectivas hacen muy bien su trabajo y los discurso se homogeneízan, se parecen lo suficiente como para hacer difícil la identificación de unos y otros. De allí que la discusión acerca de cómo se nomina un determinado fenómeno es importante y que la discusión acerca del acceso lingüístico a un problema se hace necesario. Varias leyendas (no quiero calificarlos de mito, me parece exagerado) se han instalado en estos últimos tiempos del Kirchnerismo. Una de ellas es que en nuestro país sólo se puede ejercer el gobierno y el poder político desde un liderazgo fuerte. Está claro que este mito refiere históricamente, pero en su versión actualizada, empobrecida y escolar, el populismo kirchnerista lo ha vuelvo a inscribir con alguna que otra modificación.
Se abren aquí varias discusiones importantes, en el sentido en que lo plantee en el párrafo anterior. ¿Qué escuchamos cuando escuchamos esa aseveración? ¿Qué temperamento tiene esa hipótesis indelegable de fortaleza necesaria? Desde ya que tiene que ver con los participantes en la conversación, por lo que, descontadas las precauciones, inmediatamente aparecen las discusiones más fuertes. Los que estamos en la oposición, lo estamos porque el resultado social que produce esta manera de ejercer el poder nos lastima la sensibilidad, no nos hace feliz y nos parece que hay mejores opciones. Por lo tanto, queremos hacerlo de otro modo. Entonces, por consecuencia lógica, no nos sería mejor desmontar de una vez el argumento según el cual imaginamos que sabemos cómo se puede gobernar para producir una realidad que no nos satisface y queremos cambiar? En definitiva, si queremos promover otra sociedad, con otras prioridades, con otro trato, con más igualdad, no deberíamos ser tan permisivos con lo que conocemos como “eficaz”
Y la pregunta que se vuelve obvia es, entonces, qué tipo de liderazgo se lleva mejor con la sociedad que más nos gusta, es decir, qué liderazgos son mejores para el tipo de democracia que preferimos. Esta sencilla interrogación permitiría descartar la solución populista que propone el Kirchnerismo sostenido conceptualmente por pensadores locales con jerarquizadas interferencias desde el extranjero.
La fortaleza del liderazgo democrático reside, en primer lugar, en el entendimiento de la precariedad de ese poder. El poder político, que es del que hablo, remite todo el tiempo a la lógica de legitimación democrática que es el favor popular. Otro de los elementos fuertes de esa fortaleza es la de comprender que no existen ciudadanos con un punto de mira fijo en términos ideológico-político y que los intereses y deseos de las personas son tan cambiantes como lo es la misma construcción de la subjetividad. Entonces, un liderazgo fuerte, redefinido de este modo, ya no se parece en nada al ejercicio del mando y la dominación desde donde partimos.
La fortaleza de la nueva institucionalidad argentina está acentada en la capacidad de liderar procesos de creación colectiva de iniciativas, de colaborar en la conformación de equipos de trabajo, equipos productivos, empresas y universidades que crezcan con el Estado acompañándolos y promoviéndolos pero no dominándolos. Una nueva forma de ejercer la democracia desde un Estado también novedoso habla con otras palabras, se acerca a los problemas desde el lugar de los más débiles y resuelve los conflictos sin aniquilar, ni simbólica ni materialmente a sus componentes. Un liderazgo fuerte en la Argentina que imagino está en condiciones de articular diferencias y de promover formas institucionales novedosas. Las familias teóricas pueden servir, el liberalismo, el republicanismo y el comunitarismo pueden ayudarnos a pensar una democracia distinta que produzca una patria distinta. Pero primero tenemos que deshacernos de la lengua del adversario.
5 comentarios:
Comparto la sensibilidad por un tipo de lenguaje que lastima.... por eso creo necesario renunciar por entero a su utilización y colaborar en la tarea de crear un tipo de lenguaje más creativo e institucionalizado, en definitiva, màs radicalmente democrático. Creo que en esta tarea reside la potencia performativa de la renuncia...
Sí, Indispensable y muy difícil (al menos para mí) deshacerse del lenguaje del adversario (o que conlleva lo no deseado) o de los términos en los que nomina; donde más se nos (me) desliza es en las prácticas cotidianas, desde el interior de los discursos hablados y que hablan a las instituciones en las que estamos inmersos (que muchas veces hacen al “Estado”) , de las que dependemos materialmente, que en general nos fuerzan a dar las discusiones en los términos de validación en los que están planteadas para ser interlocutores válidos (y eso se hace carne). Todo un ejercicio, y muy costoso.
Es cierto, pero desde veo las cosas en indispensable hacer el esfuerzo al menos para no plantear los problemas como lo plantean los que producen una sociedad que no nos satisface. Creo que el cambio político que significa una módica osadía como esta puede ser más que interesante
Estoy de acuerdo en lo último que planteás G.P. Si te seguí bien, deshacerse del lenguaje del adversario significa poder decir cosas nuevas, que es lo mismo (o parecido) que plantear nuevos problemas. ¿Es posible esto sin funcionarios y ciudadanos libres? ¿Es posible sin una visión prospectiva, que no eche mano a lo que convenga cuando la vida misma es una hoguera? En definitiva, sin tipos que puedan pensar felizmente lo que quieran y sean respetados, sin que puedan proponer soluciones distintas (no digo mejores), sin que puedan plantearse problemas que caigan por fuera del "movimiento" que maman desde pequeños... La "módica" osadía a la que hacés referencia no me parece "módica", sino impostergable.
Gastón, es indispensable ese grado de libertad y creatividad y debe estar acompañada del reconocimiento, de otro modo termina en ejercicios estéticos.
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