Cabe preguntarse qué quedará cuando termine la lluvia ególatra. Cuando todos dejen de pasear sus manos por la huidiza arcilla de la política argentina, ¿quedará acaso algún signo que nos permita reencontrarnos luego? ¿Habrá un héroe, individual o colectivo, después de que las horas mediocres de los acuerdos de coyuntura se agoten por su propio aburrimiento y el sencillo transcurrir del tiempo?
La política nos ha traído hasta acá y ahora no tiene ni media idea de cómo sacarnos. No nos está dado suspender el juicio lo suficiente como para no advertir que lo que es importante discutir a estas alturas no son cuestiones de detalle sino más bien cuestiones de un calado más intenso. La política, tal y cómo está, no tiene las respuestas adecuadas, carece del sentimiento y del lenguaje que hace falta para que alguien se sienta interpelado. Repite hasta el hartazgo moral y estético, palabras, fraseos y modismos incomprensibles para una persona común. Como veo las cosas, la política democrática del mañana, si quiere ser rescatada para uso de los simples mortales ciudadanos tiene que convocar una nueva imaginería, una manera novedosa de narrar los problemas y una presentación más a escala humana.
No me parece que haya nada dentro de la política en su estado actual que contenga la solución a los problemas que ella misma ha generado. Es necesario hacer conversar esa política con el arte y los artistas. Con las letras y con los escritores. Son ellos los que están en condiciones de captar la forma fuerte de un vitalismo callejero y mundano que se traduzca en novedad política. Son los diseñadores los que tienen en sus cabezas y en sus manos la potencia de describir y descubrir algo de belleza en lo que debe ser usado por todos. La metáfora es inevitable. Son los artistas contemporáneos los que mejor entienden la fragmentación y la búsqueda de sentido en medio de un universo tan rico como aparentemente contradictorio.
Pero para no conceder demasiado al esteticismo, la tarea es la de componer una novedosa manera de pensar y hacer la política que contenga el discurso creativo del arte y la literatura al tiempo que construye con ese material una hipótesis creativa de conflicto y de institución de poder. No se trata de hablar más bello, sino de intentar ser más justos aplicando un lenguaje cargado de la belleza que sólo puede tener el futuro. Estoy seguro de que mucha de la acritud del discurso político actual no resiste un segundo la apelación a la esperanza social contenida en un buen inicio de cuento, en un primer capítulo de una novela, en una primera pincelada, en una nota justa o en buen golpe de buril sobre una piedra. ¿Qué sucederá si radicalizamos nuestra capacidad de experimentación política ayudados por las herramientas del arte y de la creación?
Quiero advertir, a quién tenga por un momento la pretensión de leer esto con la indulgencia que es propia de los ignorantes, que en la historia humana, en sus tradiciones y en sus mejores hombres y mujeres, la relación entre la belleza y la virtud pública no es un tema menor. Se puede adscribir a la familia de ideas que se crea más interesante o más acomodada, cualquiera de ellas habrá dedicado un párrafo a esta cuestión. En lo que a mí respecta, me interesa la narrativa liberal de la democracia, esa que de la mano de Dewey describió con mano de artista el camino igualitario de la experiencia colectiva.
1 comentario:
Me parece, Palumbo, que tu planteo encierra una imposibilidad, porque el ámbito de la política tiene unos límites muy estrechos impuestos por el imperativo de la corporación: en otras palabras, aunque se enternezcan con los encantos de la creación artística o los resplandores de la verdad, los muchachos tienen que defender los intereses de los muchachos y obedecer a la lógica de la corporación; si así no lo hicieren, no podría explicarse cómo llegaron a ocupar el lugar que ocupan, y no podrían seguir ocupándolo. Según mi modesto entender, de allí proviene el descrédito que afecta a toda la clase política de las democracias realmente existentes: para entender y priorizar el interés general es necesario estar afuera de las corporaciones, pero si estás afuera no podés incidir en los acontecimientos políticos. Por otro lado, si hay una salida para este intríngulis, yo no alcanzo a verla. Ergo, creo que el arte y la política no tienen otro punto de contacto que el uso mutuo en el peor sentido.
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