Cuando historiadores o curiosos lean en el futuro las transcripciones taquigráficas de los inicios de sesiones parlamentarias de Mauricio Macri como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no leerán ni una sola vez la palabra “institucional” ni encontrarán una sola mención a la reforma política.
¿Será razonable pensar esas ausencias como fruto de la robusta fortaleza cívica de la Ciudad? De ninguna manera. Buenos Aires no tiene código electoral, no tiene ley de partidos políticos y no tiene soberanía reflexiva sobre la forma en que organiza su vida democrática. Lo que sí sucede es que a Mauricio Macri no le interesa, desestima, subalterniza cualquier discusión seria sobre este punto porque, entre otras cosas, difícilmente le aseguren una tapa en los diarios principales.
Está claro que no puede culparse sólo a Mauricio Macri de la falta de esfuerzos para mejorar la experiencia cotidiana de la democracia en nuestra Ciudad. Las anteriores administraciones poco y nada hicieron para avanzar, pero las responsabilidades de este tiempo le corresponden al PRO. Y estamos ahora frente a un problema que concurre a que todo se ponga aún más gris. La reducción conceptual que observamos en todas las discusiones políticas se traduce en los términos de la reforma en el tono de las reflexiones y debates. Echamos en falta, aún en las diferencias, cuando recordamos que hasta hace unos años, la discusión en la Ciudad giraba sobre la necesaria admisión de un sistema mixto, con representaciones uninominales, al estilo alemán. Lejos de eso, ahora la discusión se plantea desde un lugar mucho más conservador en donde la intención del ejecutivo es “sacar algo” para mostrar un gesto, tan ampuloso como falso, de preocupación sobre el tema y la de la oposición se reduce a colocar alguna modificación institucional menor sin poder discutir (la mayoría de las veces a falta de acuerdos internos amplios) cuestiones de naturaleza más profunda. El oficialismo, con sospechosa tozudez, insiste en el voto electrónico pese a que la cantidad de argumentos en su contra es insuperable y se niega a discutir quitar de la captura jurídica la vida política de la Ciudad con la presencia, en lugar del tribunal electoral, de un Instituto que atienda la totalidad del proceso político porteño. En lo referido a los partidos políticos, el conservadurismo no se detiene frente a las puertas del macrismo. Los grandes partidos, temiendo vaya a saber qué cataclismo que aún no les haya estallado en sus narices, niegan la posibilidad de existencia a partidos pequeños y exageran la cuantificación, de afiliados y de votos, como si ésta fuera una bondad por sí misma.
Probablemente, la extraña construcción del consenso alrededor de la boleta única sea el único punto de acuerdo de esta nueva y pobre etapa de la reforma política de la Ciudad de Buenos Aires. Está claro que este instrumento de votación mejora el desarrollo mismo del comicio y que minimiza cuestiones complejas de clientelismo y sustracción de la voluntad y que rompe con uno de los mitos populares alrededor de la ineficacia de nuestro sistema político como es el de las llamadas erróneamente listas sábanas, pero es bastante poco para un distrito que es, o se pretende ver a sí mismo, como una suerte de escaparate para el resto del país.
Reformar la política no puede tomarse como una mera reforma institucional porque supone mucho más. Reformar la política requiere de audacia para mejorar la relación viva y dinámica entre las decisiones políticas y la construcción subjetiva y colectiva de los ciudadanos. Esto no depende sólo del ejercicio del voto y no depende sólo de un determinado sistema electoral . Esto requiere de un ejercicio genuino de la voluntad de los principales actores políticos de la Ciudad por llevar adelante una dinámica reformista. A ojos vista del debate actual sobre la reforma política esta voluntad, que no es otra cosa que demostrar interés, no emerge desde los actores de relevancia del sistema político y se busca, una vez más, el ineficaz atajo de tratar el problema desde una dimensión técnica convirtiéndolo en un divertimento argumentativo de expertos y académicos. Definitivamente, una reforma política sincera tendría mucho más de experimentalismo y de imaginación, territorios ausentes en la democracia porteña de nuestros días.
2 comentarios:
Gabriel,
El único avance que había hecho la ciudad en año pasado fue la regulación de la publicidad oficial. A pesar de haber sido votada por los legisladores del PRO, Macri la vetó. La ley era de por sí bastante laxa pero una regulación al fin. La excusa que nos dieron fue que "El gobierno nacional no se autoregula por qué lo vamos a hacer nosotros".
Sin duda la boleta única sería un gran paso, tanto a nivel local como a nivel nacional. Tengo mis dudas sobre el cambio al sistema alemán. Las represetnaciones uninominales no son de mi agrado. Pero mucho menos necesario creo que es el voto electrónico. Simplemente me parecen ignorantes los que lo apoyan. No ven cuanto facilitarían el fraude y la corrupción apartir de la compra de urnas y el desarrollo del software. Y lo más gracioso es que creen que van a poder hacer una elección sin fiscales.
Me parece que les falta mucha profundidad en el tema a estos muchachos, menos slogans (menos parecernos a Inglaterra, que va en el proceso inverso y mucho más compromiso institucional. Pero mientras se piense siempre en el efecto publicitario van a seguir repitiendo las incoherencias que les recomienda Duda Mendoza, y que tanto le gusta al electorado que les hace ganar las elecciones.
Pablo, indiscutiblemente las discusiones no tienen la altura que proponés. Presenciar hoy una reunión de asesores en la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Legislatura te marca hasta donde se puede llegar. Y no mejora en Diputados. Lamentablemente estamos lejísimos de elevar la discusión, un poco eso es lo que anima mi participación por vía de este blog.
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