viernes, 9 de julio de 2010

Argumentos contra los argumentos en contra

Lo que sigue es la reescritura de un artículo que, a partir de una entrevista, apareció hoy en el suplemento SOY de Página 12

La postura de algunas importantes personalidades de la Iglesia Católica, varios Diputados y Senadores Nacionales y los editorialistas del Diario La Nación en relación con el matrimonio de personas del mismo sexo es filosóficamente atávica. Responde a un pensamiento filosófico que es incluso premoderno, y que está atravesado por una dimensión estrictamente conservadora del ejercicio religioso, abandonando en este caso todo el carácter liberador y pluralista que puede tener el sentido religioso de la experiencia. El principal problema de estas intervenciones es el exagerado énfasis en la esencialidad, un planteo de la escena que presenta a las personas como si pudiéramos o fuéramos esencialmente algo, iguales o diferentes. Evidentemente me resulta imposible pensar en esos términos y rescato en el camino la complejidad de la tensión entre cultura y naturaleza, una tensión de la que la filosofía se ha hecho cargo, que es difícil de resolver y que claramente no puede mirarse desde el territorio esencialista. Si hay que decirlo de algún modo, elijo decir que tanto el exceso del naturalismo, como su defecto, genera problemas políticos que habitualmente pasan inadvertidos.

Lo que me parece bastante claro es que las personas que sostienen estos argumentos se encuentran asustadas.Son presas de un temor que desconoce la filosofía política. Carecerían de este tipo de temor si fueran capaces de percibir el matrimonio como lo que es, una institución, y si, además, pudieran acompañar a la totalidad de las tradiciones de pensamiento moderno en la sencilla pero no por eso menos contundente idea democrática acerca de que las instituciones cambian. Tan simple y complejo como ello, el siguiente paso es el de convercerse que en una democracia los cambios son positivos cuando suman derechos. Y éste es el caso en el debate por la ley de matrimonio para personas del mismo sexo.

De todas formas, hay que admitir cierta perspicacia en algunos puntos en los que colocan el debate. Aún careciendo del mínimo temperamento de filosofía política la posición en contra del proyecto se sitúa muy correctamente en el campo público y asume una postura eminentemente política. Quienes escriben lo que escriben y dicen lo que dicen son conscientes de lo político en lo que está sucediendo y a la vez evaden esa posibilidad. Hacen un poco de trampa escondiendo la mano pública que tira la piedra de la negación de derechos

Una cosa es más segura, se le atribuye y hasta se le reprocha al activismo gay el hecho de haber implantado un debate en la sociedad y que a partir de la participación del colectivo se esté hablando de esta cuestión y dando este debate en el Congreso. En este punto no se puede menos que estar de acuerdo, claro que es cierto, pero parece que estuviera mal que la movilización por intereses termine convirtiéndose en agenda pública.

El tema tiene y reconoce matices, está indudablemente sobreideologizado y sostenido por un Gobierno que se toma de cualquier debate que sutilmente huela a rosas izquierdistas para negar su profunda convicción conservadora, pero eso no es ni nuevo, ni raro. Me resulta mucho más extraño que sea de izquierda estar de acuerdo y de derecha no estarlo, creo que es una de las grandes tonteras de nuestros días el pensar que, por un lado la colectividad gay resume la condición de izquierda mientras por el otro intenta denodadamente realizar la vida amorosa dentro de una institución, a menudo feliz, pero decididamente conservadora. Desde donde veo las cosas intuyo cierto ángulo conservador del reclamo gay y su interpelación al Estado. Pero si suma derechos y amplía la democracia, no puedo más que estar a favor.

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