He visto el espíritu del mundo pasar por mi ventana. Bajo la forma de un fantasma que recorre la Ciudad de Buenos Aires y casi por unanimidad, los ciudadanos comunes, los políticos profesionales, los periodistas y de seguro algún que otro filósofo están buscando la verdad en el affaire Macri. Hay que llegar a la verdad, dicen algunos, mientras otros, más categóricos, enfatizan la relación vital entre el sistema democrático y el conocimiento de la verdad.
Parece acreditado que Macri escuchó ilegalmente a ciertas personas y eso, normativamente, está mal. He aquí una verdad. ¿Pero es todo lo que puede decirse de la verdad? ¿Es todo lo que podemos decir de la relación entre la verdad o lo verdadero y la política democrática?
En “El pragmatismo, una versión”, Richard Rorty se pregunta acerca de la necesidad de la verdad para una política democrática. Desde su punto de vista, el reconocimiento de una verdad implica reconocer la presencia de una forma de ser en el mundo que, universalmente, podemos considerar correcta. En su crítica a esta posición llega a establecer una suerte de sublimidad extrema de la verdad, en sentido lacaniano, en donde el resultado es, poco más o menos, su imposibilidad. Esta imposibilidad haría que la verdad no pueda ser tenida en cuanto en tanto objeto. Y así tratada poco interés puede tener la verdad para la democracia. Una mirada torva sobre esta última consideración convocaría a pensar que Rorty y con él los pragmatistas, sugerimos que podemos relacionarnos con las cosas de una manera “in toto” relativa y que no existe manera de justificar cualquier elección vital. Muy por el contrario, a los pragmatistas y en un sentido clásico, la verdad se nos presenta como una función de enlace entre la experiencia pasada y la experiencia futura y nunca responde a representaciones de una realidad que esté por fuera de la adquisición de hábitos que nos permite hacer frente a esa realidad.
Pero en un sentido no filosófico, el punto más importante de la condición de “lo verdadero” está relacionado con la evocación de advertencia que trae la verdad cuando es utilizada en el lenguaje ordinario. Para los pragmatistas las creencias son sólo hábitos de acción y el uso de advertencia viene a apuntarnos que aquello que hasta ahora pudimos sostener, ya no puede hacerse porque las cosas han cambiado, porque tenemos nuevos datos, porque sabemos otras cosas, porque hemos conversado con otros.
Si intento combinar la versión del pragmatismo sobre la verdad con lo que me parece sucede socialmente hoy con el tema Macri es porque creo que hay dos advertencias muy fuertes en la actual situación de lo verdadero. Hay que estar advertidos acerca de que la lectura colectiva que hacía del macrismo una institución novedosa en términos políticos carece ya de sustento. Macri, por más que el temor que infunde Kirchner en algunos haya sido presentado como un caso mixturado de ingenuidad y novedad, es, más bien todo lo contrario. Se parece más a Kirchner que a cualquiera, miente, compra, vende, desconfía y usa lo público para sí. ¿Acaso hay algo de nuevo o de ingenuo es esto?
Y la segunda advertencia es alrededor de la hipótesis de extranjería que propuso el macrismo frente al sistema político tradicional. Esa narración se cae a pedazos en cuanto uno posa su mirada sobre ella, los gerentes devenidos ministros no gobiernan, gerencian y claramente no es lo mismo un Coffe Store que los comedores escolares. El peligro de esta caída es que arrastra intentos más genuinos, más nobles de ejercer la crítica al conservadurismo exasperante de la política argentina.
Macri es culpable de algo mucho más grave que lo que cualquier comisión investigadora en la Legislatura o que cualquier tribunal jurídico pueda probar. No hay juridicidad posible en la penalización de la malversación de la palabra, eso sólo puede remediarse con una reescritura política, una metáforización inclusiva de la democracia.
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