Quiero escribir hoy sobre la primacía casi metafísica del numero. El número se ha consagrado como un mago sustituto, obvia consecuencia del retiro de la palabra en tanto vehículo de la formulación de los pensamientos, sobre todo, en relación con lo político.
El numero, sin reconocer fronteras entre izquierdas o derechas, se constituyó desde hace muchas elecciones en una suerte de excluyente icono o talismán para mensurar todo lo que ocurre y ocurrirá en la política argentina.
El numero sirve de justificación al momento de considerar posibilidades de alianzas políticas sustituyendo los acuerdos de programas o de ideas o, incluso, una más sencilla concordancia de objetivos de mediano plazo. Es también el numero lo que, como resultado de encuestas, modifica estrategias de campaña o presentaciones de candidatos. Es el número de candidatos finalmente electos lo que modifica las potencias de las diferentes expresiones políticas sin importar demasiado su verdadera densidad o sus visiones del mundo.
No es nuevo, pero el deterioro de la palabra política en nuestro país parece indetenible y parece haber encontrado en las expresiones numéricas su más acabado exorcismo.
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