Leí el libro en dos tramos largos. El primero después de la clase de Durkheim, con un fondo de normalidades y patologías. El segundo, tras la clase de Max Weber, un sujeto al que inventé, tal vez, más liberal, mas de izquierda y más individualista de lo que en realidad es. Es imposible que las lecturas no se mezclen y el libro de Franco Rinaldi, El niño del Año, fue conversando con otros relatos, míos y ajenos, construyendo un mundo de palabrerías más o menos enredado.
Conozco a Franco Rinaldi desde hace mucho tiempo, no sé cuanto, y creo que alguna vez lo habré llamado franquito, cosa que me hace pedir disculpas de antemano y por las dudas. El libro empieza muy bien, la idea misma de un premio al niño del año y que se lo hayan dado a Franco, es una genialidad. La manera que el escritor encuentra para contarnos esa parte de su vida es natural y agradable. La narración fluye y se da ciertos lujos, cada tanto y como si no fuera del todo a propósito, nos hace detener para pensar un poco más en las cosas de siempre, en las dudas y en las certezas que cualquiera de nosotros tiene por el sólo hecho de despertarse a la mañana. La crónica, autobiográfica, elige circular por ondulaciones temporales que la aligeran y la hacen más interesante. Hay una creación del personaje que crece a medida que se avanza en el libro y también en la vida personal del autor. Sabemos de su zurda prodigiosa, de su afición por los aviones y las rubias de pechos grandes. Parece que le gusta el mar, pero más los aviones y la sensación extraña de no estar del todo en ningún lado mientras se está en el aire. El personaje se complejiza en tanto va tomando contacto con lo que los demás ven en él, como nos pasa a casi todos. La relación con personajes célebres, el animador Castro o la señora Legrand de Tinaire le da un brillito especial al anecdotario, pero es menor si se lo relaciona con lo que queda de la lectura. Un sabor a triunfo de la experiencia humana, una vanagloria de la genialidad del yo viene cuando se lee El niño del año. Se queda con nosotros y por un tiempito la sensación de que el vidrio y el metal pesan lo mismo, una sensación placentera de normalidad supera cualquier invocación a médicos, enfermeras o traumatos.
Como lector celebro que Rinaldi haya intentado buscar su propia voz literaria alejándose del elitismo invertido que hace a buena parte de las letras contemporáneas corretear en un juego bastante tonto para ver quién se parece más a un marginal. Rinaldi trata bien al español y eso se agradece. Cuanto putea, putea bien, cuando coge, coge, pero no anda por ahí exorcizando su creatividad con apelaciones falsamente populares.
Franco Rinaldi, El niño del año, Editorial Mondadori, Buenos Aires, 2011
1 comentario:
Estoy escuchando a Franco Rinaldi en el programa de Carlos Ulanovski. Trataré de conseguir el libro. Me interesa leerlo. Volveré sobre el comentario entonces. Marisa
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