La exageración, manera de ejercer el hecho sencillo de haber nacido argentino, es pariente cercano de esta sensación de perpetua excepcionalidad, no en el sentido de la filosofía política sino desde uno más baratito, pequeño, de querer habitar, siempre, la particularidad.
Y el gobierno interpreta esa vocación, y entonces exagera y sobreactúa. Instala todo el tiempo, traspasando los límites, una sensación agobiante de estar siempre a un paso del precipicio. Por cuestiones menores plantea ejercicios increíbles de etiquetamiento, por cosas naturales de la vida democrática (por intercambiar modos de ver) sostiene batallas quijotescas, propias de una heroicidad tan ampulosa como ficcional. Es sabido que la mejor manera de esconder algo es enmascararlo entre muchas cosas parecidas, árboles en un bosque, una rosa que empieza a marchitarse en un espléndido rosedal. Siguiendo este esquema, la manifestación exagerada, la sobreideologización y el embanderamiento, provoca, en realidad, precisamente lo contrario, la invisibilización, el ocultamiento y la ausencia.
No digo nada nuevo si sostengo que la principal fuente de poder que tiene el ejecutivo actual es su capacidad para instalar, enfrentado con una oposición torpe y sin ideas, los conflictos y sus formas de resolución. Muy probablemente sea lo único con lo que cuenta, pero lo hace bien, instituye políticamente un escenario ficcional en su inflexión argumentativa pero real en sus consecuencias políticas.
Y aquí es necesario entrar en discusiones de otro registro, no sería para nada útil intentar reducir el conflicto a una dimensión puramente teórica o estrictamente práctica. Sería impropio, incluso, consagrar esa mismísima distinción y propongo discutirlo utilizando al conflicto ya no en su presentación empobrecida sino más bien en lo que guarda, aún, como excusa para pensar.
Los conflictos han abierto debate, han generado guerras, han suscitado esperanzas. Pueden traer nuevas escuelas de pensamiento, logran institucionalizar deseos colectivos y logran también, a menudo, contrariarlos y derribarlos. El conflicto es muchas cosas a la vez, no puede ser reducido, por más que se intente, a una dimensión negativa por la vía de su totalización y de su esencialización.
Hay un temperamento democrático para tratar con el conflicto, es posible no admitir graciosamente el juego oposicional que se plantea desde el poder (desde todos los poderes) y generar una gramática hospitalaria para narrar el conflicto acentuando el respeto, aceptando la incertidumbre propuesta por el reconocimiento de la radical contingencia de nuestras ideas y posiciones.
Se puede insistir en opacar la dimensión del conflicto, se puede omitir voces, se puede tergiversar datos, se puede negar la escasa eticidad del enriquecimiento en medio de la pobreza. La mejor manera de hacerlo es como siempre, apelando a la sobreactuación. Sobreactuar el conflicto en clave no democrática le permite al gobierno no mostrar la conflictividad propiamente democrática de nuestra vida social.
Reconocer, mirar, mostrar a los que no son mostrados por la sobreactuación puede ser un camino democrático esperanzador, tal vez valga la pena pensarlo mientras el gobierno elige su próximo contendiente, su próxima víctima propiciatoria. Una reformulación del conflicto en clave cooperativa, no finalista podría ayudar a que la propia democracia no termine siendo perjudicada.
5 comentarios:
Leì el post y me quedé pensando no solo en el hecho de que esta “gestión” además de lograr plantar la agenda y la modalidad del conflicto reduciéndolo a amigos / enemigos de manera sobreactuada y melodramática (sin el tercero del discurso político y esto me recordó el libro de Verón “Perón o muerte” ) sino más con otra cosa, que tampoco es novedosa y sobre lo que también se ha escrito mucho, (pero me tiene mal) me refiero a una modalidad de relación desde la banalización, la difamación, el puro puterío (en el peor de los sentidos) No se le puede llamar modalidad de discusión, en todo caso, capaz sea una modalidad de narración del conflicto que permea a muchísimos “actores” políticos.¿ Me parece a mí o esto en lugar de preocupar divierte? De paso, varias veces escribiste sobre la subjetivación de la ciudadanía y, en principio, coincido pero así sin más, podrías estar diciendo muchas cosas. Saludos,muy largo esto, lo escribi antes en Word y traté de acortarlo pero así quedó.
Laura, claro que no sólo la "gestión" exagera.En todo caso utiliza una suerte de tendencia colectiva, de espíritu, para hacer algo que le conviene. SI uno mira atentamente, es increíble como estas actitudes de extraordinaredad se dan a cada paso, hace rato que no podemos admitir la mundanidad de la existencia, necesitamos algo excepcional, y eso es muy angustiante. En relación con lo que escribo sobre política y subjetividad (además de agradecer que leas lo que escribo) en algunos ensayos intenté explicar lo que pienso, seguiré intentando a ver si lo logro, gracias por entrar a leer en el blog y espero que éste resulto todo lo interesante que sea necesario para que lo sigas haciendo.Saludos
Brillante. En especial porque lo que se describe en el primer párrafo condensa un descripción asombrosamente precisa de uno de los vicios colectivos más funcionales a quién muestre un mínimo talento para explotarlo. Un vicio que tanto nos llena de euforia egolátra como tan pronto nos hunde en la depresión autocompasiva o en la furia vituperante. Y digo que es un vicio porque es destructivo y genera una curva de adicción ascendente, cada vez se necesita más -lo sé porque estoy enamorada de uno de uno de los compatriotas que más comprometido está con este padecimiento (no, no amo a Aníbal Fernandez, el mío es un exagerador anónimo -y opositor-)
Pero el artículo además es revelador porque pese a que mucho se dice sobre la acittud litigante de los K, acá no sólo se lo relaciona tan bien con las estructuras culturales en las que anida sino que en pocos párrafos se nos lleva de lo general a lo particular, ida y vuelta, exponiendo el fenómeno hasta dejarlo transparente como el agua.
Bueno, gracias Caro, muchas gracias
Las tragedias son vividas sólo por el kirchnerismo, aunque paradójicamente contadas como tales inclusive por los medios opositores. Tomar parte en el espectáculo vuelve casi imposible la reflexión: alejarse de ese murmullo constante, parecido al de las ancianas del barrio.
Al menos me queda la alegría de saber que hay un espacio como Quilt, que del espectáculo sólo guarda sus luces, para que siempre sepamos que está abierto.
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