A fuerza de ejercer la credulidad
me hice invisible para los dioses
y un pájaro de alas extendidas
gritó justo en el momento en que te ibas,
la playa, imaginada y pequeña, se abrió para el desencanto que llegó,
seguro de sí, hasta mi boca
la luz, verde y rosada, tiñó el mar la tarde en que nuestros pasos se alinearon y canté
como siempre quise, la dulce canción y recité el brutal poema
corriste, te vi correr y supe, de pronto, que de algún modo, huías
te amé y no supe si me amabas y descubrí con dolor que esa es la única ignorancia que duele,
aún frente al mar imaginario que separa la dulzura y la violencia.
3 comentarios:
cuánta pena en esos versos que no tienen límite. Qué terrible cara dura es la cara de la poesía, cuando los sonidos nos dispersan.
Sólo un hombre enamorado puede recordar lo que es el dolor de no sentirse amado.
no entendí muy bien lo del anónimo anterior
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