martes, 14 de septiembre de 2010

Un Mar

A fuerza de ejercer la credulidad

me hice invisible para los dioses

y un pájaro de alas extendidas

gritó justo en el momento en que te ibas,

la playa, imaginada y pequeña, se abrió para el desencanto que llegó,

seguro de sí, hasta mi boca

la luz, verde y rosada, tiñó el mar la tarde en que nuestros pasos se alinearon y canté

como siempre quise, la dulce canción y recité el brutal poema

corriste, te vi correr y supe, de pronto, que de algún modo, huías

te amé y no supe si me amabas y descubrí con dolor que esa es la única ignorancia que duele,

aún frente al mar imaginario que separa la dulzura y la violencia.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

cuánta pena en esos versos que no tienen límite. Qué terrible cara dura es la cara de la poesía, cuando los sonidos nos dispersan.

Gastón Vega dijo...

Sólo un hombre enamorado puede recordar lo que es el dolor de no sentirse amado.

Anónimo dijo...

no entendí muy bien lo del anónimo anterior